[Aunque es Pablo empeñado en explorar mientras todos le gritábamos desde lo alto, parece un nuevo Kung-Fu camino de la ciudad perdida]
Hoy, en esta isla, ha ocurrido un milagro. El verano se adelantó. Puse la cama cerca de la pileta de natación y estuve bañándome, hasta muy tarde. Era imposible dormir. Dos o tres minutos afuera bastaban para convertir en sudor el agua que debía protegerme de la espantosa calma. A la madrugada me despertó un fonógrafo. No pude volver al museo, a buscar las cosas. Huí por las barrancas. Estoy en los bajos del sur, entre plantas acuáticas, indignado por los mosquitos, con el mar o sucios arroyos hasta la cintura, viendo que anticipé absurdamente mi huída. Creo que esa gente no vino a buscarme; tal vez no me hayan visto. Pero sigo mi destino; estoy desprovisto de todo, confinado al lugar más escaso, menos habitable de la isla; a pantanos que el mar suprime una vez por semana.
[A. BIOY CASARES 2008 La invención de Morel. Madrid: Alianza]
Mi hermano está engañando la espera de la última temporada de Lost (que empezará el 2 de febrero) con libros sobre islas, realidades paralelas y distopias. Hoy he estado echando un vistazo a su pequeña biblioteca de adicto y me ha llamado la atención La Invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares. Nunca había leído nada suyo, y cuando lo he abierto, este primer párrafo me ha dejado atónita, ¿se pueden abrir más interrogantes en tan pocas líneas? La entropía de este texto ramifica la información, abre tanto las posibilidades que el lector siente una mezcla de curiosidad y vértigo. Es una obra dedicada a Borges, y como la obra de Borges se bifurca y provoca desasosiego. ¿O soy sólo yo quien teme leer a Borges como se teme abrir la puerta de un sótano maldito? El libro me ha enganchado, habrá segunda parte de esta entrada, quizás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario