15.5.11

Viejas canciones, viejas memorias

[No es un prado de susuki, pero me hace pensar en este comienzo tan sugerente.]

Yo entonces tenía treinta y siete años y me encontraba a bordo de un Boeing 747. El gigantesco avión había iniciado el descenso atravesando unos espesos nubarrones y ahora se disponía a aterrizar en el aeropuerto de Hamburgo. La fría lluvia de noviembre teñía la tierra de gris y hacía que los mecánicos cubiertos con recios impermeables, las banderas que se erguían sobre los bajos edificios del aeropuerto, las vallas que anunciaban los BMW, todo, se asemejara al fondo de una melancólica pintura de la escuela flamenca. "¡Vaya! ¡Otra vez en Alemania!", pensé.

Tras completarse el aterrizaje, se apagaron las señales de "Prohibido fumar" y por los altavoces del techo empezó a sonar una melodía ambiental. Era una interpretación ramplona de Norwegian Wood de los Beatles. La melodía me conmovió, como siempre. No. En realidad, me turbó; me produjo una emoción mucho más violenta que de costumbre.

Para que no me estallara la cabeza, me encorvé, me cubrí la cara con las manos y permanecí inmóvil. Al poco se acercó a mí una azafata alemana y me preguntó si me encontraba mal. Le respondí que no, que se trataba de un ligero mareo.
-¿Seguro que está usted bien?
-Sí gracias -dije.
La azafata me sonrió y se fue. La música cambió a una melodía de Billy Joel. Alcé la cabeza, contemplé las nubes oscuras que cubrían el Mar del Norte, pensé en la infinidad de cosas que había perdido en el curso de mi vida. Pensé en el tiempo perdido, en las personas que habían muerto, en las que me habían abandonado, en los sentimientos que jamás volverían.

Seguí pensando en aquel prado hasta que el avión se detuvo y los pasajeros se desabrocharon los cinturones y empezaron a sacar sus bolsas y chaquetas de los portaequipajes. Olí la hierba, sentí el viento en la piel, oí el canto de los pájaros. Corría el año 1969, y yo estaba a punto cumplir veinte años.

Volvió a acercarse la misma azafata de antes, que se sentó a mi lado y me preguntó si me sentía mejor.
-Estoy bien, gracias. De pronto me he sentido triste. Es sólo eso -dije, y sonreí.
-También a mí me sucede a veces. Le comprendo muy bien -me contestó ella. Irguió la cabeza, se levantó del asiento y me regaló una sonrisa resplandeciente-. Le deseo un buen viaje. Auf Wiedersehen!
-Auf Wiedersehen! -repetí.

[Haruki Murakami 2007 Tokio Blues - Norwegian Wood. Barcelona: Tusquets. Pag. 7]

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