5.5.09

Rostros leoneses

[Los hermanos Quijano, que en tiempos fueron famosos]

Entre mis manías (y es de las que más incomprensión provoca en mis semejantes) está la de buscar parecidos razonables. Muchas caras me recuerdan a otras, como si buscara una serie de patrones que expliquen la fisiognomía universal. No es por asignar a determinados rasgos una característica determinista, es que, simplemente, hay quien se parece. Aunque hasta ahora nadie respalda mi descubrimiento más revolucionario, que Rafa Nadal y yo nos damos un aire. Yo lo veo claro, aunque tengo que admitir que gran parte de lo que veo es proyectado. Cuando una persona tiene una forma de ser afín a la de otra, la percepción de similitudes físicas se amplifica.

Proyección o no, ciertos rasgos parecen perdurar a lo largo del tiempo y compartirse transversalmente en regiones: es difícil juzgarlo desde la cercanía, pero tengo dos ejemplo de cómo la distancia ayuda a encontrar los rasgos comunes en lugar de las diferencias: cuando estuve de Erasmus en Holanda, una chica polaca me dijo que todos los españoles éramos clavados. Yo no lo veía, sinceramente, aunque sí percibía las similitudes entre polacos, diferentes de las similitudes entre holandeses. El segundo ejemplo tiene en cuenta el tiempo: entre los muchos cuadros del Rijksmuseum aún se puede distinguir alguna cara local, caras que los holandeses actuales siguen teniendo. Los rostros de los cuadros no tiene que ser necesariamente antepasados de los otros, es sólo una combinación de ciertos rasgos similares y una mente aglutinadora. En el Prado, sin embargo, me cuesta un poco más encontrar caras que imaginar en cuerpos contemporáneos.

¿Es posible que haya vetas ocultas en los genes de la gente que se manifiestan entre personas que comparten región? Casualidad o no, algunos de los hombres leoneses que conozco tienen cierto parecido con estos tres hermanos, los Quijano: ojos un poco saltones, labios y nariz finos, cuerpos fibrosos... Lo sé, nadie más que yo lo ve, ¡pero está ahí! palabra que no estoy jugando a esos trucos que tanto le molan a Ron Howard: al menos dos de sus películas (A Beautiful Mind y The Da Vinci Code) tiene escenas en las que el protagonista "ata cabos" mental y visualmente.

[A Beautiful Mind (2001)]

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