En la Edad Media, la melancolía es un estado de riesgo; el melancólico se estrella contra una pared. O mejor dicho, no se estrella contra una pared, sino que se encuentra a priori emparedado. El melancólico desearía huir en primer lugar de sí mismo, pero en la cultura homogénea que lo rodea no encuentra resquicio alguno, y con la impotencia crece en él la resignación. Por último se petrifica en su fuero intero, al sentirse despojado tanto de la capacidad de querer como de la de no querer. Se ha perdido y cree tener, en lugar del alma, un vacío, un abismo [...] Al mismo tiempo percibe toda su persona como un bloque pesado, una roca inamovible. Egidio Albertino escribe lo siguiente sobre el melancólico: "La tristeza, que normalmente suaviza los corazones y los vuelve humildes, sólo lo hace más empecinado en sus ideas arrevesadas, porque sus lágrimas no le caen en el corazón para ablandar su dureza, sino que él mismo es todo como una piedra que sólo suda por fuera cuando hace tiempo húmedo"
[László F. FÖLDÉNYI 2008 Melancolía. Barcelona: Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg. Pag.88]
[Acantilados de Llanes al atardecer]
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