Desde que me han despertado los gatos llevo pensando cosas un poco extrañas. La mañana es de verano , aunque hoy será uno de esos días en los que el viento y las nubes mitigan un poco el calor seco y triturador de Madrid. La mañana es un placer porque, como casi siempre, me recuerda otros días de verano. Mañanas de hace 25 años por lo menos, cuando los vacaciones eran de verdad un tiempo para no hacer absolutamente nada excepto montar en bicicleta, explorar cabañas, ver El Coche Fantástico y estar a remojo en la piscina. Puede que la culpa la tenga la canción de Raconteurs que he colgado más abajo (y que he escuchado al menos 30 veces mientras veo pasar las nubes ligeras y aborregadas desde el sofá), o puede que sea la memoria sensorial, que me ha devuelto recuerdos de estas mismas temperaturas y olores.
Ya lo decía Punset en uno de los últimos programas de Redes que he visto: la mayor parte de lo que somos es inconsciente, y esa parte es la que determina casi todo lo que hacemos y pensamos.
La canción también ha traído a mi mente pensamientos sobre otras cuestiones. Un concepto se ha ido dibujando lentamente como si las notas fueran trazando rasgos abstractos. No era una imagen real, eran retazos de voces, palabras escritas como mensajes de textos, fotogramas de esquinas, portales, calles oscuras, garitos. Copas de vino, vasos de cerveza, tubos de Martini, frascos de colonia que reflejan sonrisas que reflejan focos. Algunos de estos fragmentos eran reales, muchos inventados o "misremembered". La mente humana es una torre de Babel que pretende aprehender el universo, pero se queda en eso, en proyecto inacabado, en un collage que asciende en espiral abigarrada e incompleta hacia los cielos. Y los cielos ya no dan respuestas, las plantean, a lo sumo.
[Y los conceptos van tomando forma al añadirse desordenamente las piezas de múltiples puzzles. Secuencias de unos y ceros en el fondo.]
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