15.11.08

Son los chopos dorados

[El castillo de Peñafiel y un cielo espectacular (que se volvió naranja)]

Ayer descubrí que tengo una cana. Y casi todo lo que pasó el resto del día me hizo sentir vieja y equivocada. Pero es otoño, qué puedo esperar.

Y esta mañana, mientra me tomaba el café, he leído la columna de Raúl del Pozo en El Mundo de ayer. La columna se llama El Ruido de la Calle y creo que sustituyó la de Umbral cuando este murió (¿Los Placeres y los Días? No me acuerdo). Este trozo me ha gustado tanto que he recortado la hoja y la tengo aquí para copiarlo. Y cuando iba por la carretera he mirado los chopos amarillos a los lados y me he vuelto a poner triste y alegre. Estoy feliz de estar viva, pero a veces es una carga demasiado pesada. Si me dejo llevar por el vértigo de todo lo que no he hecho, lo hecho que no puedo cambiar y lo vivido que no podré recuperar terminaré loca.

Aunque se hunda el mundo yo miro con emoción las rosas de otoño de los jardines de mi barrio y me dejo llevar por la luz, por el añil velazqueño. No se apagará el sol. Al pasear por las afueras de Madrid me acuerdo de Cuenca, el mismo cielo, las hoces iluminadas por el oro de los chopos. En Castilla el otoño entra como un príncipe pisando la alfombra de las hojas. No sólo los fresnos dorados, los relámpagos de los estorninos enganchan mi corazón, sino esas rosas de otoño que sorprendían a Rilke. Miremos a los poetas como al sol en este momento de oscuridad.

[Peñafiel. La foto no es especial excepto por los pinos y los álamos]

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