30.5.10

Con la sangre en la arena

["Barbacoa", de la ganadería de Celestino Cuadri, observa atento a la gente de López Chávez en Las Ventas]

El domingo pasado, a esta misma hora, estuve viendo mi primera corrida de toros. Pensé que sería más fácil decidir si por primera y última vez o como primera de muchas, pero estaba equivocada. Esto de los toros es una cuestión de dioptrías, me parece. Todo depende de cuánto quieras acercarte, del grosor del granulado de la foto. No creo que se pueda despachar con el argumento hipócrita de que es hacer sufrir a un animal, porque los mataderos no lo hacen más "humano" para las reses que el coso para las de lidia. Pero tampoco me vale el argumento del arte: más allá de la música, los rituales y la ceremonia, la tauromaquia son pasos de bailes mortales para el animal.

No quiero entrar en cavilaciones morales o racionales, siendo honesta hubo ciertos momento de pura emoción, de mariposas en el estómago - de tener las cuerdas tensadas en la garganta igual que en una buena obra de teatro. Cuando salió el tercer toro a la plaza, corriendo, volando casi, y David Mora consiguió encadenar unos pases bonitos, me golpeó la intuición de la belleza que puede haber en una buena faena. Pero también se me saltaron las lágrimas cuando mataron al primer toro, que fue bastante bueno. Por lo que vi en la plaza los momentos gloriosos escasean, y la mayoría de toreros pasan sin pena ni gloria, capotean y matan sumariamente. Será que al aficionado la pepita de oro, por mínima que sea y por oculta que esté entre la mena, le vale. Para mí esta cuota está cubierta de momento.

No sé hasta que punto era serio Valle-Inclán cuando escribió esto en el prólogo de Los Cuernos de Don Friolera, pero me sonrío un poco al pensar que Melville podría haberlo suscrito. Moby Dick es uno de esos libros para los que el lector moderno ha de ajustarse las dioptrías:

Don Estrafalario: Los sentimentales que en los toros se duelen de la agonía de los caballos, son incapaces para la emoción estética de la lidia.Su sensibilidad se revela pareja a la equina, y por caso de cerebración inconsciente, llegan a suponer para ellos una suerte igual a la de aquellos rocines destripados.

[R. del VALLE-INCLÁN (2000) Martes de Carnaval. Madrid: Espasa. Pág. 125]

[A estos sí que no los puedo soportar, me da igual que la idea sea bajar el ímpetu del toro. dan ganas de que alguien les pique los lomos también.]

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