6.8.12

Kanagawa oki nami ura

[Playa de El Palmar, Cádiz, por la mañana y sin el odioso Levante]

El don de la ubicuidad se echa a veces de menos. Porque si lo tuviera, en lugar de subir una insulsa foto en la que un mar en calma se funde casi con el cielo, colgaría una foto de mí misma, traje de neopreno corto y negro, esperando la ola perfecta de espaldas y a contraluz. No es fácil ser observador y objeto al mismo tiempo. Pero de vez en cuando hay que elegir dónde se está: al margen con una cámara, o en el centro de la vida real, tiritando.

Este año he usado la semana de vacaciones (he tenido dos, pero la que he pasado en familia no cuenta porque me ha exigido más energía mental de la habitual, así que relax cero) para hacer cosas nuevas, y no para sacar fotos, leer o escribir lo que me gustaría estar haciendo. O al menos lo he intentado, porque no he conseguido hacer el popup (usar la fuerza de la ola para saltar sobre la tabla y surfear de verdad). Los pasos que había aprendido de mi monitor estaban claros en mi cabeza, pero la ansiedad de querer hacerlo todo y bien a la primera, o mi misma viejunez no me han dejado pasar del body surf esta vez. No importa. He encontrado otro deporte al que podría aficionarme y dedicar horas.

Pocos entornos me gustan más que el mar, pocos permiten sumergirse en el paisaje en todos los sentidos. Perderse en todos los tonos de azul, verde, blanco y gris imaginables, luchar contra sus corrientes o abandonarse al blando mecer de las olas, dejar que la brisa salada entre suavemente en los pulmones o que nos abofetee furiosa la tormenta. Tiene un ritmo al que es posible ajustar el movimiento cuando uno navega, nada, o simplemente espera la siguiente ola sentado sobre un pedazo ahusado de poliuretano.

Casi nada puede sustituir esa experiencia, muy pocas imágenes consiguen capturarla. Aunque he encontrado una de Melanie McDonald que se acerca bastante. Se llama Surfers, Fistral Beach, Newquay.

No hay comentarios: