[Así estaba hace unas semanas, y ahora el cogollo ya no es rojo, sino rosa pajizo. Como si las brácteas nacieran secas.]
Largo y arduo es el camino del conocimiento para el jardinero novel. Desde que fulminé la cosecha entera de tomates (32 plantitas cocidas en su propio jugo porque me dejé el pequeño invernadero al sol el día entero) no había vuelto a matar nada. Lo de las lechugas fue muerte natural, y con el tiempo una semilla tardía de cherries asomó la cabeza tierna de entre los escombros y de momento (contengo la respiración) parece que sobrevive.
Pero la guzmania apenas lleva un mes en casa y aunque crece, le han salido hijos y en términos generales parece prosperar, ha perdido el color rojo y parece como si las brácteas nuevas (las hojas de color del centro) nacieran muertas. Buscando en foros he descubierto que es lo normal: tengo que dejar que la planta vaya muriendo y esperar hasta que los vástagos lleguen a ser como la mitad de la planta, más o menos. Entonces podré trasplantarlos.
Es una idea extraña, aunque sea de lo más natural: los seres mueren después de crear vida. Y para eso existen, para perpetuarla. Pero cada individuo de la especie rebelde piensa que está llamado a hacer grandes cosas. A lo mejor estamos equivocados, cegados por la megalomanía.
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