[Podría llamarse "Manipulación en ambos sentidos".
Zaragoza, C/ Espoz y Mina, desde el Museo Camón Aznar.] El miércoles terminé un libro que tenía acumulando polvo desde el verano en mi escritorio (P., no sufras, se lo he sacudido todo y ya apenas se le nota el paso del tiempo). Es
El Juego de Ender (1985), de Orson Scott Card. Cada vez estoy más convencida de que cada libro tiene su momento, así que no pasa nada - excepto que el legítimo propietario del libro se encabrone - si no se lee hasta que la encrucijada espacio temporal idónea se presenta. Ironías del destino, soy de lo peorcito haciendo críticas de un libro, temo destriparlo revelando algún detalle con intención o por accidente, así que suelo quedarme en la cita o en un repaso superficial que poco dice sobre el texto. Pero es que me gusta que todo el misterio esté intacto cuando empiezo uno, y espero que el resto me deje ese mismo privilegio.
La historia de Ender es una historia de héroe clásico
a la Campbell: separación, transformación, magic helpers... eso lo hemos visto antes. Está situada en un futuro de guerras espaciales y de bloques políticos en el que los niños son las herramientas de trabajo de autoridades casi dictatoriales, y no es muy difícil encontrara similitudes con otros personajes infantiles de cuento. Pero me ha fascinado cómo todas las pequeñas matrioskas de la trama se cierran al final, dejando al lector exactamente al otro lado de donde empezó. Al final no sólo Ender es más sabio, también debería serlo el lector al descubrir quién teje los hilos que nos manejan.
Cuando hablo con Ubertino me da la impresión de que el Infierno es el Paraíso visto desde el otro lado.
(Guillermo a Adso en
El Nombre de la Rosa)
La individualidad, el libre albedrío, la posibilidad de elegir son utopías, simples hipótesis de trabajo que nos dejan soñar, que nos guían casualmente. Pero es mecánica clásica de bachillerato, un modelo útil, inescapable y al mismo tiempo terriblemente inexacto. Tanto lo que queremos como lo que odiamos está presente en cada elección, y a menudo descubrimos que nuestros semejantes son más dañinos que nuestros enemigos. A los que la lucha, lejos de alejar, ha acercado. Lo sé, soy incapaz de resumir un libro, sólo puedo escribir las sensaciones o los pensamientos que me deja. Y éste me ha hecho pensar mucho sobre las decisiones que he tomado, sobre mis profesores, sobre la loca carrera que llevamos, y la incierta promesa que espera al final.
Ender tiene una interesante conversación con Dink en el capítulo 8 ("Rata"). Me quedo con este fragmento por no copiar todo:
Lo creía, pero la semilla de la duda estaba ahí, y permaneció, y de vez en cuando echaba una pequeña raíz. Esa semilla que crecía lo cambió todo. Hizo que Ender prestara más atención a lo que la gente quería decir, no a lo que decía. Le hizo más sabio.[Orson S. CARD 2002 El Juego de Ender. Madrid: Suma de Letras.P 183]