10.2.13

Decorados británicos

[Idris Alba es John Luther]

Aprovechando que esta semana la antena de mi edificio no funciona sólo he visto Kiss TV (mi canal favorito, todo música, nada de discursos). La única alternativa era ver películas y series enlatadas, eso que mis hermanos y amigos dicen hacer en sus casas cuando no hay nada en la tele. Yo le cuesto más bien poco a la SGAE, porque me compro libros en papel, las canciones en iTunes y el resto lo veo en streaming tragándome los anuncios religiosamente. En otras palabras, mi disco duro portátil tiene gran cantidad de gigas que son pasto del eco y las telarañas, porque lo único que guardo son las fotos que saco con el móvil. ¿Qué ver entonces?

Bueno, haciendo memoria quizás tenga un pequeño stash de canciones de dudosa procedencia por ahí almacenadas. A tiny one.

Pero hablaba de series. ¿Cuáles ver, dónde están, y más importante, por qué pueden encontrarse en internet si ningún canal las emite? Ya lo decía Eva Hache en un monólogo de El Club de la Comedia: cuando una serie se da cuenta de que la sigues se esconde entre la programación. Hasta tal punto que hay episodios de Dexter, por ejemplo, que he visto hasta tres veces a distintas hora y distintos días, y otros que no he conseguido ver jamás. Otras series como El Mentalista siguen la política de emisión de El Príncipe de Bel Air o Los Simpsons: cada día te ponen tres episodios de tres temporadas diferentes, con lo que llevar de cabeza una cronología de las fechorías de John el Rojo o los cortes de pelo de Lisbon es misión imposible. Los capítulos nuevos se los reservan para los días en los que el resto de cadenas no contraprograman. Un lunes te ponen dos nuevos seguidos, después se tiran tres semana emitiendo antiguos... Resumiendo, estar al albur de lo que quieren ofrecernos las cadenas es someterse a las necesidades de la parrilla y los anunciantes. Ya no son cadenas, son grilletes. Se acabó, no voy a estar anclada a lo que quieran soltarme en la caja tonta, hasta el punto que me estoy planteando hasta contratar Canal +.

Así he visto Luther  y Sherlock Holmes, dos series de la BBC que rompen todos mis esquemas de organización de los episodios, pero por buenas razones.  No sé si es porque los he visto sin publicidad, pero parecen mucho más largos. De hecho lo son, y como no ocurren muchas más cosas que en un episodio de serie made in USA, al menos sí tienen un poco más de profundidad. Parte de la información se elide, y los saltos te obligan a hacer inferencias, o dejan zonas grises, ambiguas. Las relaciones entre los personajes son complejas y tortuosas, en muchos casos insatisfactorias y fallidas. Las mismas virtudes que hacen brillar a Luther y Sherlock los hacen fracasar, son la fuente de su infelicidad. Comparo a Luther con Patrick Jane, que se deja pedacitos con la caída de cada uno de los suyos, pero sigue siendo el mismo cabrón rubio con sonrisa de triunfador y una nube oscura en los ojos: Luther tira una máquina de escribir contra la mampara, y casi todo se derrumba a su alrededor. Mientras logra atrapar a John el Rojo Patrick se entretiene resolviendo los asesinatos que comete gente con sus propias empresas, profesionales ambiciosos; Luther lidia con criminales medio asociales, taxistas o artistas inadaptados con antecedentes que estrangulan, acuchillan. No obstante, tres puntos los conectan: medio y motivos heterodoxos, coche y casa estudiadamente espartanos frente al vestuario dandy, y un compañero más bajo y realista que pone el contrapunto a la estravagancia. Quizá es porque en el fondo todos los detectives son, de un modo u otro, deudores de Holmes y Watson. Ambas series merece la pena, aunque reconozco que tengo predilección por el toque de humor de Cumberbatch y Freeman frente al drama descarnado que le toca protagonizar a Idris Alba.

Hablando del decorado, las series británicas siguen sabiendo sacar partido del discreto y trasnochado encanto de una ciudad como Londres. No sé cómo lo hacen, pero son capaces de presentar edificios antiguos (incluso decrepitas construcciones de los 70 que podrían inducir a cualquier meridional al suicidio) como sitios decadente a la par que chic donde uno puede incluso querer trabajar o vivir. Moquetas, papel pintado, aparadores con mugre alrededor de los tiradores, hormigón, lavabos con grifos separados para el agua caliente y la fría, radiadores antiguos pintados para disimular... Son de esas cosas que en España ya no te encuentras, nos lo quitamos de encima en los años de bonanza. Para  nosotros eran lastre del subdesarrollo, pero ellos saben recombinarlo, visto de lejos hasta parece chulo. A un personaje español lo pones a conducir el Volvo infame de Luther y no estrenas ni el episodio piloto. Y no digo nada si muestras una comisaría como la suya, la gente apagaría la tele por vergüenza ajena.

¿Qué me pasa, que no soy capaz de escribir nada coherente sobre estas dos series? Llevo tres horas tratando darle sentido y sólo me sale comentarios sobre la estética. Y ya sé que la forma está intimamente relacionada con el contenido, pero no era mi idea escribir una columna de Nuevo Estilo precisamente hoy. Quiero dos semanas seguidas de vacaciones. Eso debe pasarme.

 [Y Benedict Cumberbatch es Sherlock Holmes]

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