20.6.10

The blot

[Otro emperador que está desnudo. La foto es de ayer, calle Fuencarral]

Creo que fue Peter Ustinov quien dijo "las últimas palabras que se escucharán antes del fin del mundo serán las de un científico diciendo es técnicamente imposible". Es una frase que me vino a la mente la semana pasada cuando se publicó la sentencia sobre la explosión en Bhopal, pero podría aplicarse también a otra de las manchas indelebles en el historial empresarial de la humanidad. Lo de BP en el Golfo de México no deja de escalar, implacable chapapote...

Pero a pesar de su naturaleza pegajosa y destructiva, no deja de sorprenderme el poco eco que se ha hecho la prensa española de las críticas que se están vertiendo al otro lado del Atlántico sobre la gestión que Obama ha hecho de la crisis. Hemos podido leer que estaba buscando un trasero a patear en la petrolera, pero los diez días que se pasó dándo la espalda a sus propios "hilillos de plastilina" no están mal, cuando lo encuentre tal vez sea el suyo propio. Se podría suponer que un país que abrió los telediarios un día sí y otro también con las manifestaciones del "nunca mais" sería sensible a una tragedia similar. Pero para eso habría que suponer muchas otras cosas, como medios de comunicación imparciales o valores firmes en alguien como Javier Bardem, por ejemplo. Casi se diría que acude a los estudios en LA con la boca cosida, no vaya a soltar algún discurso incómodo sobre Cuba o Irak.

En cualquier caso, ni Obama ni Bardem eran lo que más me interesaba cuando vi el cartel. Fue la idea de matar a los ídolos, un pensamiento recurrente. Todo surgió a propósito de una entrada sobre Javier Marías que publiqué hace poco. Justo al terminarla, y casi por casualidad, estuve echando un vistazo a la lista de blogs que sigue Enrique Vila-Matas, y en uno de ellos se aludía a la "agria polémica" que los detractores de Marías crean siempre que pueden. Yo debo estar en babia, porque ni sabía que Javier Marías tenía detractores (y creo que eso describe bastante bien la situación). El caso es que, sin apenas plantearme porqué, estaba empezando a venerar a Marías, a pesar de que si tengo que hablar con sinceridad, he leído un par de libros suyos y ni siquiera podría decir que me parecieron geniales.

¿Pero por qué no me había cuestionado si de verdad es Marías el gran escritor que a la mayoría se le antoja? ¿Por qué no había analizado esa vaga sospecha, esa sorda protesta que por lo bajini se me insinuó cuando leí Corazón tan Blanco? Sabía que algo no iba bien. Cuando leí aquel libro me encantó la idea del contagio que impregna e inspira la novela, especialmente porque sale de donde sale (good old Shakespeare). Y a pesar de todo empecé a sentir una reverencia un tanto irracional por el escritor (especialmente irracional porque rara vez he leído una columna suya en El País Semanal y he sentido que el artículo era memorable. Es más, rara vez lo he terminado). Y de pronto entré en La Fiera Literaria y no sólo se me saltaron las lágrimas de la risa, además escuché a esa propia voz mía , amordazada hasta entonces decir "pues es verdad".

Antes de subir a nadie a los altares debería obligarme a releer El Traje del Emperador.

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