[Esto es lo máximo que conseguí atisbar, rodeada de Tachenkos como estaba]
Hace un mes apenas me contaron una anécdota que refleja bastante bien cierto elitismo cultural que existe en nuestro país. No sé si siempre ha estado ahí (lo supongo, es un elitismo multiforme, adaptativo), pero que ahora nos infesta, seguro. Caminando hacia el concierto de Love of Lesbian de las fiestas de Alcorcón una chica de mi trabajo escuchó a sus espaldas: "espero que toquen "incendios de nieve" y la gente no se ponga a silbar, porque lo que hay que hacer es tararear ". Esas gentes de barbacas rabínicas, de gafas de pasta que parecen salidas de La Bola de Cristal, que se peinan a puñetazos y han dejado de comer (por motivos que escapan a mi imaginación la nutrición es incompatible con la vanguardia) se están viniendo arriba hasta un punto absurdo, casi a la altura de los blogueros de moda - con los que, vistos en perspectiva, parecen compartir muchos rasgos. ¿A qué viene mi arrebato de bilis? A que durante al menos media hora sentí que querían robarme este concierto.
El pasado martes fui a ver tocar a un grupo que hace años estaba esperando: Wilco volvía a Madrid, y después de estar un año arrepintiéndome por no haber comprado las entradas para verlos en el Price, no podía dejarlo pasar. Esta vez había que descender hasta los últimos confines sur de Madrid (yo vivo en los confines norte) a lomos de la línea 5: El Palacio de Vistalegre es un sitio que siempre me ha parecido raro, una plaza de toros cubierta y encajonada en Usera que lo mismo te sirve para un concierto que para un partido de baloncesto. Inusual como poco. Pero un coso es un coso, y esperaba verlo lleno. Por eso me sorprendí mucho cuando vi cómo lo había organizado: sólo unas pocas localidades de grada (si es que había alguna a la venta) y el resto, todo pista. Una tela circundándonos recogía un poco el ambiente. Se hicieron un poco de rogar, sí, pero no demasiado, todo auguraba una gran noche. Mis problemas empezaron al mismo tiempo que el concierto: la pista no es lugar para hobitts, y sólo veía cabezas delante de mí hasta que un joven recién llegado también de Plaza Castilla (porque con su traje, su voz pulida y sus maneras ¿de dónde si no podía salir si no era de PWC?) me rogó que fuera un poco más hacia delante, o me perdería el espectáculo, cediéndome un sitio bastante mejor. Amable el tío.
Sí, eran ellos. Sonaban como ellos. Tweedy estaba pocos metros de mí, y aún así, una vez más, tenía esa sensación de experiencia extracorporal. Me cuesta tanto vivir las cosas que la mayoría las observo desde el quicio de mis ojos mientras tomo notas mentales. No consigo dejarme llevar de inmediato, no consigo emborracharme con las sensaciones de un momento, por deseado y anticipado que sea. Y menos si lo tengo que hacer rodeada de pescados congelados que no se saben las canciones ni para tararearlas. ¿Tanto han cambiado los conciertos, que la gente ha dejado de moverse, cantar, respirar...? ¿Sería por la crisis, porque trabajábamos al día siguiente, por la calidad del sonido? Este último punto llevo discutiéndolo con todo bicho viviente desde entonces. Los expertos barbados, los
trend setters, los comentaristas de blog, un gato que se paseaba entre la tramoya y lo ha tuiteado, todos coinciden: el sonido era horrible porque Vistalegre es el infierno en la tierra para los técnicos de sonido. Lo será para la oreja entrenada, a mí me pareció bastante mejor que el de otros conciertos a los que he ido, decididamente mejor que el de
éste, por ejemplo.
De todos modos era obvio que la cosa no fluía, hasta Tweedy nos preguntó. Pero ¿cómo va a percibir el cantante que te lo estás pasando bien y él está haciendo un buen trabajo si a sus pies sólo hay seres humanos que bailan como un cardumen de medusas? Se ve que lo moderno es escuchar en silencio, y chillar como un poseso entre cancioneso cuando el grupo amaga con terminar. Una piedra más en el muro que me separa de la que debería ser mi tribu. No sólo no conseguía concentrar toda mi atención en la música, además tenía parte de ella en el resto de la audiencia porque no lograba sentir "comunión", if you allow me the expression. No soy uno de ellos, debo admitirlo una vez más, sin pesar. Las gafas de pasta no hacen a la mujer, las Converse no me acercan más a la élite cultural. En algún lugar de la galaxia debe haber otros seres como yo, mongrels sin adscripción ni ideales, sarcásticos y miopes. Pero divago.
¿Me gustó el concierto? Por supuesto, pasados estos primeros momentos de dispersión mental existencialista. Me moría de ganas de verlos en directo, y la selección de canciones incluía casi todas las que esperaba, en especial Impossible Germany (que es la canción que sonaba cuando saqué la foto de esta entrada). Jeff Tweedy me había impresionado con sus habilidades como showman cuando hace unos 3 años tocó en la Casa de Campo (el mismo día que Puyol marcó contra Alemania en el mundial, por cierto), en una mini gira de verano que hizo en solitario. Pero ver a Nels Cline tocando la guitarra es otra cosa, apenas me fijé en lo que hacía el cantante, embelasada como estaba con sus solos, sus improvisaciones, sus movimientos nerviosos, casi espasmódicos. Gracioso, ese hombre, siempre me recuerda a un adolescente hecho viejo de repente. La música de Wilco me relaja y activa al mismo tiempo, se deshace como carne tierna en la boca, pero siempre lleva un anzuelo. Las letras no son especialmente complacientes, y algunas canciones son muy complicadas de escuchar (Art of Almost, por ejemplo), pero combina los estilos más complicados con tino. ¿Cuántos grupos pueden hacer canciones con reminiscencias country, electrónica, revival, indie, rock de sonido sucio... y acertar? "The Whole Love" es un ejemplo.
Las cronicas al día siguiente se la cogían con papel de fumar respecto al sonido y el lugar: ¿por qué no podían hablar del concierto en sí, y a qué venía mencionar el del Liceo cada tres líneas? Igual estamos un poco acomplejados, pues si les mola más Barcelona, que les mole. ¿Lloran ellos porque yo prefiera Nueva York a Chicago? Es igual. A mi me gustaron, aunque no consiguieran entusiasmarme y convertirme en una bacante.
[El cartel que nos dieron a la puerta; music for cavemen then, these self-proclaimed Sublime Concerts]