1.11.11

Bajo el volcán (griego)

[La música de Wilco, más que sus letras, desata mi imaginación y la nostalgia]

Desde que pasé mi primer (y único) día de Todos los Santos en México DF tengo ganas de dedicar el festivo a leer Under the Volcano. Lo he buscado por casa de mis padres y no aparece. Espero no tener que sumarlo a la lista de cosas que llevo perdidas en los últimos tiempo. Sólo en dos meses he dejado por el camino una pulsera, el reloj y las gafas de sol. Las pérdidas no se limitan a objetos, también (especialmente) a oportunidades. Hoy, por ejemplo, Wilco está tocando en el Price, y como decidí no comprarme la entrada en su momento he tenido que conformarme con escucharlos en el iPod con las luces apagadas. Jo.

En fin, la lista de lo que no he hecho es tan abultada y escandalosa que mejor no hurgar en ella y centrarse en lo que ha sido este 1 de noviembre. Ignorante de la que estaba liando Papandreu con sus declaraciones (que va a someter las medidas de la quita etc a referendum, va y dice), ignorante de que la bolsas caían es espiral, las primas de riesgo subían como la espuma y Angela Merkel escuchaba Beethoven para animarse a invadir Grecia y solucionar de un plumazo todos nuuestros problemas, me he lanzado a la calle. Noticias como éstas empiezan a quitarme el hambre y las ganas de asomarme a los escaparates, 5 millones de parados ya son suficientes como para que este señor se descuelgue con semejantes frivolidades, porque la decisión ya no le corresponde a los griegos, el problema es de varios millones más de europeos.

Pero esta mañana, por más nublada que haya amanecido, no me imaginaba nada parecido. Las calles del centro estaban repletas de gente, muchos, como yo, entraban en las tiendas a mirar y poco más. Otros hacían cola para entrar a la exposición de la Fundación Caja Madrid (tantos que desanimaban, ya veré en otra ocasión Arquitecturas Pintadas). Al final, en la Casa del Libro de la calle Maestro Guerrero no he podido resistirme más y he comprado Rayuela (que jamás he leído, mea culpa) y el que tenéis debajo, American Gods, de Neil Gaiman. He hojeado un poco éste último y tiene pinta de enganchar desde la primera página. No me gusta celebrar Halloween, pero no me parece mal cerrarlo con este punto gótico.

En realidad no puedo cerrar el episodio de la Casa del Libro con un punto gótico, tengo que cerrarlo con uno jocoso, esperanzado, y algo patético: cuando estaba pagando en caja, el chico que me atendía, al darle la tarjeta de crédito, me ha preguntado si tenía carnet joven. Me ha asombrado tanto que sólo he podido exclamar "¿Cómo dices?", y él me ha repetido la pregunta, con cara inocente. Qué momento de ternura y felicidad (o quizás autocompasión) he sentido en ese momento. "No, pero ya me gustaría", he respondido. Y se ha empezado a reir, ignorante de que acaba de realizar la buena acción del día. Terminada la transacción, cuando ya recogía mi ticket y mi bolsa se lo he agradecido, entre más risas. Y aquí estoy, preguntándome todavía si el tipo es miope, si lo ha preguntado mecánicamente, si era irónico o si (y ésta es la que me gusta) tanto tarro de crema funciona de verdad.


[Si lo empiezo esta noche estoy perdida, lo presiento]

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