El joven Warhol viajando desde Pittsburg a Nueva York con una esperanza... |
"...I hang my head and cry". Tengo cierta fijación por los medios de transporte. Mis mejores ideas, mis escasos razonamientos lúcidos, las imágenes más vivas de mi mente suelen surgir en cuanto me recuesto en un asiento y contemplo el paisaje en movimiento a traves de la ventanilla. Viajar es perfecto para alguien como yo, en permanente huida de su futuro, la forma más sencilla de revisitar los mundos imaginarios perdidos. Es escapar, incluso cuando antes de partir ya se sabe que el destino es una trampa con barrotes aún más gruesos que los de la prisión de Folson. Hace solo unas horas he escuchado ese tintinear tan peculiar y urgente del tranvía al llegar a la estación desde las ventanas abiertas de la oficina, y no he podido evitar pensar en Johnny Cash.
Un tren cruza los campos del espacio periurbano cortando la noche con la luz de sus faros. Deja a ambos lados casas que dormitan con los postigos entornados, de contornos redibujados por los conos de luz que emanan de las farolas. Entre los pueblos la oscuridad es casi total, y sólo las luces agrupadas, a lo lejos, permiten distinguir qué es cielo y qué es tierra. "All motion is relative to a chosen frame of reference", sin mover un músculo el viajero devora kilómetros de vía hacia adelante al tiempo que retrocede años de memoria.
¿Cómo he terminado aquí? ¿Qué hago en este tren que me lleva al centro de Oporto? (estoy en la habitación del hotel mientras escribo esto, pero voy a permitirme esa pequeña licencia poética). ¿Qué otros trenes cogí, perdí o dejé pasar? Recuerdo unos cuantos mientras miro las foto que saqué anoche en la estación de San Bento. Recuerdo estar leyendo V for Vendetta camino del aeropuerto de Gatwick y pasar por Battersea Power Station un domingo desolado de mi alma. Cruzar media Alemania para visitar Berlín por primera vez sabiendo que tendría que comer patatas cocidas el resto de enero porque mi ridícula asignación Erasmus del mes estaba ya invertida en el billete y el albergue. Ir y volver en el mismo día desde Budapest a Viena sólo por ver de nuevo la ciudad, y verla nevada. Apearme en la Gare du Nord por primera vez y correr a buscar el fotomatón de Amelie, y al salir a las calles, sentir la bofetada de sol y vida de París. Pero también viajes menores, como las idas y venidas a la universidad, que seguramente tuvieron más trascendencia en mi vida posterior que todo los demás. Pero así es el parásito melancólico que anida en el corazón de todo Erasmus retornado: si te descuidas pasas el resto de tu vida escribiendo versiones de la historia de una ida y una vuelta. Añorando los Puertos Grises sin conocerlos.
Ana Karenina debería haber comprado un billete. Qué más da hacia dónde nos lleven los railes. |
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