11.1.13

Piernas

 [Impresiona ser parte de una marea de 39000 corredores que va del Bernabéu al estadio del Rayo. Nike ha colgado estas dos entre un montón de fotos espectaculares de la carrera en FB.]

A estas alturas del año aún no he contado el hito más importante de mi historia reciente, una de las pocas metas que me he marcado y he cumplido a rajatabla, casi la única hazaña (y si hace unos años me hubieran dicho que iba a ser física me hubiera carcajeado). Todo el entrenamiento de domingos por la tarde durante un año al final tuvo sus frutos, y no sólo conseguí vencer mis mayores resistencias (esas fuerzas procrastinadoras que tantas oportunidades de luchar por lo que quería me han hecho perder cosas en el pasado), también conseguí vencer al frío y esa cuesta matapersonas de la avenida de la Albufera. Sí, me apunté a la San Silvestre, la corrí, terminé e incluso mejoré marca, con mis 58:12 estoy más que contenta. Como si aquello fuera una peli americana de superación y yo tuviera 20 años menos de los que tengo, mis padres fueron a verme con lagrimitas en los ojos y barbillas temblorosas, y hasta me sacaron una foto en la que se ve un borrón gris-anaranjado que supuestamente soy yo a 6 km/h. Oh yeah! Emocionante de principio a fin.

No sé explicar muy bien por qué me gusta correr. Porque puedo estar en silencio, concentrada en algo; estar sola en la multitud, independiente pero acompañada de otros cometas que quedan detrás o me adelantan. Porque puedo vaciar mi cabeza y concentrarme en disfrutar de mi respiración, del aire fresco, la luz en permanente mutación, los perfumes de las flores que cambian con las estaciones, y los de los corredores, que cambian con las vueltas. Porque tengo que luchar cada segundo para alcanzar el objetivo, sobre todo al principio, cuando las piernas aún responden al cerebro que dice que ya está bien. Después las piernas se hacen fuertes y es el resto del cuerpo el que tira del cerebro. Me gusta porque un día todos los coches se paran y te ceden la calle, y de repente eres consciente de que estás bajando Serrano con todas tus energías, a tu derecha se abre la plaza de Colón y allí al fondo distingues la Puerta de Alcalá (y al pasar a su lado te das cuenta de que nunca has estado tan cerca de ella, o de la Cibeles). Me gusta porque me une a un montón de desconocidos con los que sólo tengo en común este afán por cruzar la meta, con los que formo un ser pluricelular que se desplaza con miles de pies, al que se unen cientos de manos que te animan desde la acera aunque nunca antes te han visto. Manos de niños que quieren chocar con las mías.

Hace apenas una semana, y apenas duró una hora. Y como pasa con todo lo vivido intensamente, más que un recuerdo muy concreto o una imagen, sólo quedan las sensaciones. Cuesta poner en palabras lo que la memoria sensorial me está devolviendo, para conjurar esa experiencia no suele quedar más remedio que repetirla (¿es por eso que todo esto que llaman vida parece muchas veces una búsqueda proustiana?). Sólo sé que el lunes pasado fui andando hacia Canal, mi lugar de entrenamiento, y cuando por fin empezaban a divisarse sus luces desde lejos, por casualidad Sparkplug Minuet (de la banda sonora de The Royal Tenenbaums) empezó a sonar en mi iPod, y my spirits, o lo que sea que me eleva en los momentos sublimes, me hizo caminar hacia las pistas con la misma emoción que si estuviera entrando en un estadio olímpico, porque estaba orgullosa de mí misma.

That was it. An unexpected sparkplug triggering a tiny spot of pride in my soul.

[Y estoy en esta foto de la salida del cajón de mujeres. Extraño ser actriz y espectadora]

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