Sólo hay una cosa peor que tener que entregar un despido: entrevistar candidatos para un puesto. Envidio la suerte de los que pueden entrevistar a gente que ya tiene trabajo, porque la diferencia es notable con los que se han presentado pero no tienen uno, por malo que sea, que los respalde. Estoy tomando todas las notas que puedo de esta nueva casilla de la oca laboral que me toca ocupar, porque la próxima vez que me toque hacer una entrevista espero no cometer los mismos errores que estoy viendo.
El puesto de hoy de verdad queríamos dárselo al chico que se ha presentado. Estábamos decididos, y le habría costado tan poco desequilibrar la balanza a su favor, tan poco. Con que hubiera sido rápido adaptando el enfoque de su CV a las condiciones que le acabábamos de describir. Con que hubiera reorientado los puntos oscuros de su historial haciéndolos parecer algo positivo. No conozco las tretas de recursos humanos para apretar la tuercas a nadie, ni hago esto con mucha frecuencia, pero el puesto que ofrecíamos requiere especificamente capacidad para saltar de pie siempre que se pueda y generar confianza. Y yo no sentía más que simpatía y lástima porque una buena persona no podía hacerlo. O, siendo más positivos, podía hacerlo pero no sabía venderse. Esto es algo que espero recordar en la siguiente entrevista: no es mentira lo que dicen los libros de entrevistas, ni las páginas de internet, ni los gurús gringos. La gente quiere que la convenzas, seduzcas, lleves a tu terreno, sentir que puede confiar en que eres capaz de llevar a cabo lo que se espera de tí.
Qué difícil es ir hacia adelante, qué mal nos han educado para el trabajo. Qué complicado es todo y qué poco tiempo tenemos la mayoría para enderezar las cosas e ir hacia arriba.