Después de pasarme todo el verano diciendo que quería ir a la exposición del Prado y tratando de comprar las entradas a través de la página web del museo (y no ha sido nada fácil, hay pocos sitios en internet que sean más desesperantes salvo la página web de Vodafone o la de la Agencia Tributaria) casi me quedé con las ganas porque no he encontrado un hueco en mi agenda hasta el penúltimo día de exhibición. Imprimí mi papelito, tuve que correr para llegar por una siesta mal calculada, y tras pelear con las hordas que inundaban los alrededores del museo (¿quién iba a decir que en una tarde de verano tardía tanta gente estaría empeñada en meterse en un museo?) por fin conseguí ver la exposición del verano. Sin embargo, una vez más tengo que preguntarme por qué no consigo asistir a algo que me ponga la piel de gallina y me corte el aliento.
Turner me gusta, me gusta mucho ese efecto de colores desvaídos y centrifugados alrededor de un punto de luz. Pero los cuadros que de verdad me llaman la atención, los que anuncian el expresionismo, la abstracción incluso, no estaban en la exposición. Lo que encontré fue un Turner desconocido, en proceso de formación, reinventando cuadros de otros pintores, y fracasando en muchos casos. En muy pocas obras pude decir que las versiones de Turner me gustaran más: me parecían desdibujadas, mal entendidas incluso. Y hay un ejemplo que lo deja claro: ni se acerca a "El Molino" de Rembrandt (un cuadro que dibuja el cielo holandés exactamente como es). Había cuadros impresionantes que casi me hacían pensar que Turner había estado a punto de lograrlo (como alguna de sus pinturas sobre Venecia, o en la que aparece Rafael con la Fornarina pintando en el Vaticano). Pero en casi todos los ejemplos la frase "no está mal, pero ¿qué aportas realmente?" venía a mis labios.
He visto muy pocos cuadros de Turner en mi vida como para juzgar la obra, pero creo que esta exposición, más que destacar el genio de Turner muestras algunos de los fracasos que le sirvieron para evolucionar. Y hace reflexionar sobre un tipo de pintura (los holandeses de s. XVII, Claudio de Lorena etc) de la que rara vez nos acordamos o que descartamos por demasiado clásica o académica, pero que de pronto me pareció interesante. El germen del interés por la naturaleza y lo sublime del XVIII está ya en esos cuadros.
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