29.4.13

Maratones

[Foto de un campo de hinojos que he encontrado aquí]

[...]
Unforeseeing one! Yes, he fought on the Marathon day:
So, when Persia was dust, all cried "To Akropolis!
Run, Pheidippides, one race more! the meed is thy due!
'Athens is saved, thank Pan,' go shout!" He flung down his shield,
Ran like fire once more: and the space 'twixt the Fennel-field
And Athens was stubble again, a field which a fire runs through,
Till in he broke: "Rejoice, we conquer!" Like wine thro' clay,
Joy in his blood bursting his heart, he died, the bliss!
[...]
[Robert Browning, Pheidippides]
 
Los puntos culminantes de la humanidad pueden ser gloriosos y multitudinarios, trascendentales e históricos, líricos e inspiradores como las batallas de Salamina, Lepanto o el desembarco de Normandía. Polisilábicos. Pero muy pocos están llamados a combatir en la Puertas Calientes y contarlo. Menos aún están llamados a cuestionarlos. Y de todos modos, duramos tan poco... casi todos esos momentos se pierden, Batty lo explicó perfectamente. Sólo unas cuantas fechas míticas permanecen en la memoria colectiva y nos gusta recordarlas porque creemos que lo heroico nos protege. Fijar fechas es fijar anclajes a cierta realidad asumible, aceptada.

A riesgo de sonar como Tolstoi cuando se pone brasas con sus teorías sobre la historia, la intrahistoria y el impacto individual en el devenir colectivo (¿cobraría por Guerra y Paz al peso?), eso de los momento gloriosos de la humanidad es algo tan bonito como falso. No puede sustituir al triunfo anónimo, al ahogado grito de eureka y la satisfacción personal de cada uno de los individuos implicados. Tomemos a Filípides, por ejemplo: ni siquiera hay certeza de que existiera de verdad, o de que recorriera esa distancia (y es que 42,195 son los kms que hay entre Londres y Winsord, y data de los juegos de 1908) . Sabemos que la hazaña es repetible porque hay miles de locos que lo consiguen cada año. Pero Filípides, más allá de ser el heraldo de una victoria que cambió el curso de la historia occidental, era otro ser humano corriendo bajo el sol abrasador por un camino polvoriento. 42 kilómetros son muchos para correrlos sin repetirse de mil maneras distintas que los pies deben seguir batiéndose contra el terreno y el cansancio, que la meta merece la pena pese al dolor. Son muchos kilómetros para correrlos con el chirriar de las cigarras como único compañero, con el aroma irritante del hinojo invadiéndolo todo. Y aún así lo consiguió, aunque le costó la vida. No sé si algún día conseguiré terminar algo así, pero lo intentaré.

Entre tanto sigo dándole vueltas a los atentados del maratón de Boston, porque esas dos ollas de vapor cargadas de basura metálica explotando en medio de un montón de corredores que trataban simplemente de vencerse a sí mismos me resulta imposible de comprender. No sólo porque es la forma más estúpida de probar algo que tenían estos dos hermanos: Chico, vuélvete a Chechenia si América es el gran Satán que te paga los estudios y no lo soportas, pero deja de creerte el sargento Brody, esto no es Homeland. Esta carrera conmemora la que un griego se pegó para avisar a los griegos de la victoria de sus compatriotas contras los bárbaros. Dinamitarla solo te convierte en bárbaro a la enésima potencia, no se puede ganar una batalla perdida 2500 años atrás. Dos bombas no son argumento, sólo una forma más de mostrar que es sencillo matar inocentes cuando hay ganas. No quiero ni intentar comprender qué puede llevar a un sujeto a planear semejante cosa. ¿Para qué? La razón llega hasta cierto punto tan solo.

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