[Joaquín Reyes sobreexpuesto durante su actuación de la Sala Galileo Galilei el pasado viernes 21]
Empiezo a pensar que somos muchos los que hemos decidido luchar contra la crisis haciendo más cosas que antes. Cada minuto, cada euro, cada rescoldo de ilusión tiene que ser invertido en sentir que seguimos vivos. No hay otra manera. Tal vez la solución sea encerrarse en casa a ahorrar céntimo a céntimo, pero si lo que nos espera para salir de este bache es pasar cinco años más en una hura fiscal, que no cuenten conmigo. Además parece la única manera de hacer que el fin de semana sepa a 4 días y no tengamos que volver el lunes a la oficina y lanzarnos desde un armario sobre el jefe en plan Rambo, porque la bazofia del Vietnam era más digestiva que el trabajo diario que nos impone - hay una escena bastante similar en Trainspotting, creo que Renton y Sickboy saltan sobre un tipo desde un altillo, quién pudiera.
No es nuevo, el hombre necesita el humor para olvidarse de sus miserias. Y si después de leer El Cementerio de Praga Umberto Eco no se me hubiera atragantado, buscaría mi copia de El Nombre de la Rosa para trancribir esos versos apócrifos de la Poética de Aristóteles en los que habla de la piedra desvergonzada que corre por la colina (jojojo, sonrío para mis adentros mientras sostengo un mónoculo imaginario en la mano y me felicito por esta pedante muestra de humor de ceja alta). No fue la cosa tan elevada el viernes por la noche en la actuación de Joaquín Reyes y Ernesto Sevilla (los recordarán de hitos como La Hora Chanante o Museo Coconut), el humor chanante (neologismo que aglutina lo friki, sofisticado y manchego) se ha atrevido a llevar lo escatológico hasta cuotas desconocidas hasta ahora.
¿Me gustó la actuación? Me gustó las expectación, me gustó tomarme un Gin tonic con los amigos mientras esperábamos (un gintonic de Beefeater servido por un camarero de casi 60 años además, nada de pijadas sofisticadas ). Me gustó la hora golfa a la que empezaba la actuación (programado a la 1.30 de la madrugada, efectivo a las 2). El problema es que ninguna de las dos actuaciones fue nueva y original, el 60 % ya lo habíamos visto en El Club de la Comedia. Estos monólogos en vivo, ¿no deberían usarse para ensayar nuevas gracias y probar gags? A lo mejor salir medio borracho al escenario y contar lo mismo de siempre es el camino más directo para matar la gallina de los huevos de oro. Un chiste pierde parte de su gracia si pierde el efecto sorpresa, ya no te ríes de la singularidad de la imagen que te propone, te ríes del recuerdo de tu propia sorpresa y risa la primera vez que lo escuchaste. Aun así lo doy por bueno, hacer cosa nuevas y distintas es tan importante como hacer gracias nuevas. El mundo es un infierno, "los demonios van con traje" y tratan de inmovilizar el alma. Por suerte siempre salta algún pisano para contradecirlo por lo bajini.
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