24.2.13

Bola de nieve

[Camino de la oficina. ¿Por qué? Era día de chimenea, manta, gato y libro]

Esta semana he estado cuatro días en Alemania por trabajo, y me ha sorprendido volver a encontrarme con la nieve perpetua. Nieve en los andenes, en los tejados, en las ramas de los árboles. Nieve en el pelo mientras arrastraba quince kilos de maleta hacia el hotel. Nieve en el abrigo y la ropa después de hacer un "ángel en la nieve": lanzarte de espaldas sobre una cuneta nevada y agitar los brazos.

Hace poco escribía sobre estos viajes. Nos dejan volar fuera de casa, pero para trabajar en oficinas iguales que las nuestras. No hay diferencia, ni tiempo para aprender nada del lugar. Tenemos la oportunidad de abrir puertas laterales de este pasillo al que llamamos vida, pero sólo nos da tiempo a asomarnos, nada más. Además tiene un precio.

Es lo que hay. Hay que aprovechar todo lo que viene, vivirlo mientras dura y estar preparado para cuando alguien le pegue un tirón a la alfombra bajo nuestros pies.



I'd say you make a perfect angel in the snow
All crushed out on the way you are.
Better stop before it goes too far,
Don't you know that I love you?
Sometimes I feel like only a cold still life
That fell down here to lay beside you.

[Elliott Smith, Angel in the Snow]

15.2.13

Post-Valentine

[Fifty Shades of Grey and a small black shadow]

Ahhhh... del 14 al 16, qué tres días de infierno. Mañana es mi cumpleaños. Muchos años. Demasiados años.

En fin. A hell of one's own...

El caso es que hoy mis compañeros me han sorprendido con un regalito que he aceptado agradecida, pero al mismo tiempo me ha parecido descorazonador. Por un lado me han dado un libro de recetas para cocinar con Thermomix. Muy bien: mis padres me regalaron un Chef-o-matic en Reyes, y reconozco que le he cogido gustillo a eso de hacer platos un poco más sofisticados con la mitad de esfuerzo. Soy una mujer adulta, cocino cuando quiero y me relajo preparando comiditas chic de vez en cuando. Bien.

El segundo regalo me ha dejado sin habla, porque hasta ahora me había librado, pero Fifty Shades of Grey ha caído sobre mí con el peso de una maldición bíblica. Desde el cariño que le profeso a mi jefe y sin embargo compañero, ¿no es demasiado íntimo que me regale en comandita con otros semejante volumen? Personalmente me he sentido un poco incómoda, ¿qué perverso sentido del humor puede llevar a alguien a comprar el sof-porn best-seller de moda para una colega? ¿Qué mensaje se puede extraer, que me ven como una señora de 50 años con una vida sexual llena de carencias que intento compensar con comida? Podían haber añadido la almohada Butterfly Pillow, para cubrir ya todas mis necesidades básicas.

No me atrevo ni a tocarlo, no he leído ni una línea de vuelta a casa en el autobús; todas mis compañeras de trabajo estén leyéndolo ahora y vienen sin dormir, comentando los detalles más jugosos de la vigilia (me las imagino leyendo con linterna bajo el edredón), todas parecen estar de acuerdo en que es un libro increíble y buenísimo. Pero para mí es el colmo del antierotismo y la antiliteratura, una especie de híbrido de Dan Brown y Danielle Steele. Y ahora me lo han endilgado y yo tengo ganas de llorar porque me hace sentir sucia. Y no es mojigatería, es puro esnobismo. Luego lo leeré y me echaré unas risas con todas, pero hoy no. Odio cumplir años y todo lo que me recuerda que las rosas se marchitan me deprime.

Pero no todo va a ser lamentos, también hay carcajadas. En esta línea de pensamiento ayer precisamente leí un artículo con el que no me pude reir más, cargado de verdades que hay que saber desgranar de entre la exageración. Es de Diana Aller, y se llama "Manual de urbanidad para jovencitas: el difícil arte del cortejo heterosexual", lo publicó Playgroundmagazine, una revista online de música que sigo bastante, con motivo del Día de San Valentín. Lo tenéis completo en este enlace, pero voy a dejar esto en lo más alto con una de las frases que más gracia mi hizo (aparte del comentario sobre los heterosexuales con sandalias o el apartado 3, las armas de mujer):

Lo ideal, y lo más divertido, sería sostener en alto un agradable tonteo nocturno (la música y el alcohol casan muy bien con el ligoteo), en el que se acreciente el deseo y se prolongue incluso durante días. Cuando llega el ansiado encuentro amoroso, se paladea como un trofeo honestamente ganado, como un McMenú gigante tras dos meses a dieta. Ay, amigas… Eso es el paraíso.

Y es que en el fondo somos unas románticas.

"Inspire us with the spleen of fiery dragons"

[Éste es el esqueleto de Ricardo III, según cuentan las modernas crónicas]

Hmm. Aún no sé si me parece bien o mal que hayan encontrado lo que parece ser el esqueleto de Richard III bajo el asfalto de un parking en Leicester. No necesitaba ver un montón de viejos huesos retorcidos para saber que un enfermo de escoliosis del siglo XV caído en la batalla de Bosworth existió realmente. Aferrarse a dos tibias y una calavera será científico e histórico, pero niega la poesía. ¿De qué me sirve saber qué cara tenía, o hasta qué punto era jorobado? Todo lo que necesitábamos saber ya lo sabíamos. Richard es como cada actor que lo ha interpretado, y querer elevar estos restos a la categoría del personaje de Shakespeare equivale a reclamar el trono británico para ese señor de Canadá ( Joy Ibsen, descendiente directo de su hermana) con el que los huesos comparten ADN mitocondrial. Cada vez que en un escenario un actor pronuncia las famosas líneas "Now is the winter of our discontent/ Made glorious summer by this sun ofYork", sabemos que un Plantagenet de pleno derecho pisa las tablas.

Estos políticos que ahora se pelean por los derechos de explotar el hallazgo (y no niego la importancia de la investicación de la universidad de Leicester, es el sueño de cualquier arqueólogo) se olvidan de lo más importante: cuando evocamos a este rey no es un hombre lo que sale a nuestro encuentro. Son palabras. Más allá de que Shakespeare se sirviera de detalles de las crónicas para dar verosimilitud a su Richard, la creación del personaje es toda verbal, y es toda suya. Como es suya la mejor explicación que hasta ahora he visto sobre lo que ocurre frente a nuestros ojos cuando se abre el telón: "can this cockpit hold/The vasty fields of France? Or may we cram/Within this wooden O the very casques/That did affright the air at Agincourt?". Nunca me canso de leer el Prólogo de Henry V.

De vuelta a Richard III, estos 18 versos son unos de mis favoritos de la lengua inglesa. Condensan como pocos una forma de ser, de sentir, de moverse, de actuar. Y quien los escribió no necesitó ver ninguna vertebra para imaginarlo y escribirlo:

But I, that am not shaped for sportive tricks,
Nor made to court an amorous looking-glass;
I, that am rudely stamp'd, and want love's majesty
To strut before a wanton ambling nymph;
I, that am curtail'd of this fair proportion,
Cheated of feature by dissembling nature,
Deformed, unfinish'd, sent before my time
Into this breathing world, scarce half made up,
And that so lamely and unfashionable
That dogs bark at me as I halt by them;
Why, I, in this weak piping time of peace,
Have no delight to pass away the time,
Unless to spy my shadow in the sun
And descant on mine own deformity:
And therefore, since I cannot prove a lover,
To entertain these fair well-spoken days,
I am determined to prove a villain
And hate the idle pleasures of these days.

[Me encanta la viñeta que he encontrado en este sitio ]

13.2.13

"Blessed are the forgetful"

[Sólo es un vídeo, lo que me importa es la canción. Tan pocas líneas y tan ciertas.]

Sometimes with one I love I fill myself with rage for fear I effuse unreturn’d love,
But now I think there is no unreturn’d love, the pay is certain one way or another
(I loved a certain person ardently and my love was not return’d,
Yet out of that I have written these songs).

[Walt Whitman, "Sometimes with One I Love"]
[Jim Carrey en Eternal Sunshine of the Spotless Mind (2004). Y la foto es de aquí]

12.2.13

Ojos en llamas

[Así comienza cada episodio de Luther. Así comienzan muchas otras cosas.]

It's unfortunate that when we feel a storm
We can roll ourselves over 'cause we're uncomfortable
Oh well, the devil makes us sin
But we like it when we're spinning in his grip
Love is like a sin, my love,
For the ones that feel it the most
Look at her with her eyes like a flame
She will love you like a fly will never love you again

[Massive Attack, Paradise Circus]

10.2.13

Decorados británicos

[Idris Alba es John Luther]

Aprovechando que esta semana la antena de mi edificio no funciona sólo he visto Kiss TV (mi canal favorito, todo música, nada de discursos). La única alternativa era ver películas y series enlatadas, eso que mis hermanos y amigos dicen hacer en sus casas cuando no hay nada en la tele. Yo le cuesto más bien poco a la SGAE, porque me compro libros en papel, las canciones en iTunes y el resto lo veo en streaming tragándome los anuncios religiosamente. En otras palabras, mi disco duro portátil tiene gran cantidad de gigas que son pasto del eco y las telarañas, porque lo único que guardo son las fotos que saco con el móvil. ¿Qué ver entonces?

Bueno, haciendo memoria quizás tenga un pequeño stash de canciones de dudosa procedencia por ahí almacenadas. A tiny one.

Pero hablaba de series. ¿Cuáles ver, dónde están, y más importante, por qué pueden encontrarse en internet si ningún canal las emite? Ya lo decía Eva Hache en un monólogo de El Club de la Comedia: cuando una serie se da cuenta de que la sigues se esconde entre la programación. Hasta tal punto que hay episodios de Dexter, por ejemplo, que he visto hasta tres veces a distintas hora y distintos días, y otros que no he conseguido ver jamás. Otras series como El Mentalista siguen la política de emisión de El Príncipe de Bel Air o Los Simpsons: cada día te ponen tres episodios de tres temporadas diferentes, con lo que llevar de cabeza una cronología de las fechorías de John el Rojo o los cortes de pelo de Lisbon es misión imposible. Los capítulos nuevos se los reservan para los días en los que el resto de cadenas no contraprograman. Un lunes te ponen dos nuevos seguidos, después se tiran tres semana emitiendo antiguos... Resumiendo, estar al albur de lo que quieren ofrecernos las cadenas es someterse a las necesidades de la parrilla y los anunciantes. Ya no son cadenas, son grilletes. Se acabó, no voy a estar anclada a lo que quieran soltarme en la caja tonta, hasta el punto que me estoy planteando hasta contratar Canal +.

Así he visto Luther  y Sherlock Holmes, dos series de la BBC que rompen todos mis esquemas de organización de los episodios, pero por buenas razones.  No sé si es porque los he visto sin publicidad, pero parecen mucho más largos. De hecho lo son, y como no ocurren muchas más cosas que en un episodio de serie made in USA, al menos sí tienen un poco más de profundidad. Parte de la información se elide, y los saltos te obligan a hacer inferencias, o dejan zonas grises, ambiguas. Las relaciones entre los personajes son complejas y tortuosas, en muchos casos insatisfactorias y fallidas. Las mismas virtudes que hacen brillar a Luther y Sherlock los hacen fracasar, son la fuente de su infelicidad. Comparo a Luther con Patrick Jane, que se deja pedacitos con la caída de cada uno de los suyos, pero sigue siendo el mismo cabrón rubio con sonrisa de triunfador y una nube oscura en los ojos: Luther tira una máquina de escribir contra la mampara, y casi todo se derrumba a su alrededor. Mientras logra atrapar a John el Rojo Patrick se entretiene resolviendo los asesinatos que comete gente con sus propias empresas, profesionales ambiciosos; Luther lidia con criminales medio asociales, taxistas o artistas inadaptados con antecedentes que estrangulan, acuchillan. No obstante, tres puntos los conectan: medio y motivos heterodoxos, coche y casa estudiadamente espartanos frente al vestuario dandy, y un compañero más bajo y realista que pone el contrapunto a la estravagancia. Quizá es porque en el fondo todos los detectives son, de un modo u otro, deudores de Holmes y Watson. Ambas series merece la pena, aunque reconozco que tengo predilección por el toque de humor de Cumberbatch y Freeman frente al drama descarnado que le toca protagonizar a Idris Alba.

Hablando del decorado, las series británicas siguen sabiendo sacar partido del discreto y trasnochado encanto de una ciudad como Londres. No sé cómo lo hacen, pero son capaces de presentar edificios antiguos (incluso decrepitas construcciones de los 70 que podrían inducir a cualquier meridional al suicidio) como sitios decadente a la par que chic donde uno puede incluso querer trabajar o vivir. Moquetas, papel pintado, aparadores con mugre alrededor de los tiradores, hormigón, lavabos con grifos separados para el agua caliente y la fría, radiadores antiguos pintados para disimular... Son de esas cosas que en España ya no te encuentras, nos lo quitamos de encima en los años de bonanza. Para  nosotros eran lastre del subdesarrollo, pero ellos saben recombinarlo, visto de lejos hasta parece chulo. A un personaje español lo pones a conducir el Volvo infame de Luther y no estrenas ni el episodio piloto. Y no digo nada si muestras una comisaría como la suya, la gente apagaría la tele por vergüenza ajena.

¿Qué me pasa, que no soy capaz de escribir nada coherente sobre estas dos series? Llevo tres horas tratando darle sentido y sólo me sale comentarios sobre la estética. Y ya sé que la forma está intimamente relacionada con el contenido, pero no era mi idea escribir una columna de Nuevo Estilo precisamente hoy. Quiero dos semanas seguidas de vacaciones. Eso debe pasarme.

 [Y Benedict Cumberbatch es Sherlock Holmes]

9.2.13

Turismo a la moderna

[Pues esto es Maia la nuit, de lo más estimulante]

"Vuela a Oporto, lo pasarás bien..." Los viajes de empresa del mundo moderno no son ni inocentes ni placenteros. Digo del mundo moderno, pero no sé si había viajes de empresa en el mundo analógico. Y a decir verdad tampoco me importa mucho. Vamos y venimos, nos conectamos, escribimos un cerro de correos electrónicos, completamos formularios, pasamos controles... ¿pero para qué todo esto? ¿De verdad sirve para algo? ¿Esto es lo que llamamos generar riqueza? Un montón de humo vendido y dinero que cambia de manos, pero ¿qué hemos construido realmente? Así es la vida en los parques empresariales que brotan en la corteza de las grandes ciudades, donde multitud de arañas de todos los tamaño tejen telas que el viento se lleva una y otra vez. Y siempre hay alguien a quien le toca cargar el arma, como a Rachel Weisz en The Bourne Legacy (peli que estoy viendo en este momento).

Hace poco una compañera encontró otro trabajo, y bromeaba sobre trabajar en Gran Vía con Montera (área tradicional de las profesionales en Madrid); casi sin darme cuenta dije "la verdad es que yo siempre he trabajado en polígonos", una frase que ha causado sensación entre mis compañeros. Profesionales de acera, de rotonda o de despacho, son muy pocas las diferencias. No me extraña que a la gente le dé por la jardinería, el bricolaje o la cocina. Sólo trabajar con las manos nos hace sentir limpios y útiles.

2.2.13

We're all groundhogs


[La vida moderna resumida en 30 segundos, el día de la marmota]

Filólogos en un mundo hostil


[Dos filólogos y un destino, eso somos]

Estas cosas que pasan en las empresas: de repente, un jueves a última hora de la tarde te llega un email en el que te piden en un lenguaje audazmente incongruente que prepares una cosita de nada, unas cifras, un pequeño resumen. Nada importante, sólo se necesita saber de la manera más detallada posible una cuestión para la que tienes que sacar cifras y de la que desconoces el contexto (no vaya a ser que sepas tú tanto como el tipo que te está bombeando la información para presentarla como propia). Y para no ser urgente, ¿por qué te lo tengo que mandar al día siguiente? Ah, perdón, no había leído en la última línea que hay que entregarlo el lunes a primera hora. ¿Y esperas hasta ahora para pedírmelo, melón con patas?

Mi jefe y yo somos filólogos (o más bien, estudiamos filología y no llegamos a serlo), y cuando nos vemos envueltos en estas operaciones relámpago, aparte de insultar al responsable con todo tipo de metáforas hirientes (nos gusta recrear el siglo de oro a nuestra manera) solemos salir airosos porque la palabra y los números (esa es su parte) pueden sustentar prácticamente todo. Así que después de tener una reunión con el personaje que nos pedía el trabajito y comprobar descorazonados que ni sabía lo que quería (la gente se piensa que puede meternos con calzador en sus proyectos personales aunque sólo haya escuchado campanas sobre lo que hacemos) y de mostrar nuestro escepticismo de manera quizá un tanto sardónica, hemos reservado sala y nos hemos lanzado a inventar. Somos unos vendedores de humo de puta madre, por lo que en dos horas hemos salido del paso.

Hace un rato, buscando un dato para otra entrada me he topado con una foto de Fernando Lázaro Carreter, mi amor platónico, mi héroe, el Übermann de letras nacido en Zaragoza. Me ha mirado desde el más allá de los unos y ceros virtuales, con ojillos minúsculos pero penetrantes tras sus gruesas gafas de pasta, desde el parapeto crítico de unas bolsas forjadas con cada palabra leída y escrita. Con la misma severidad despiadada de la parábola de los talentos me ha preguntado qué tengo pensado hacer con el mío, ya que, por lo que sabe, está enterrado y cada día le echo encima una nueva paletada de tierra. Don't hit me master... por cada palabra que prostituyo a mayor gloria de la España corporativa trato de construir una frase libre, limpia, correcta, digna. He dado muchos tumbos y me está costando encontrar mi camino.

[El genio custodiando la biblioteca de su casa]