11.7.12

Cuando falla la mente - beware, sarcastic mode on

[Esta cronista en la cuerda floja. San Fermín, patrón de la adrenalina]

Cuando falla la mente a veces nos queda el cuerpo. No es sólo el agotamiento previo a las vacaciones (ni sé las veces que he dicho "qué harta estoy" en las últimas semanas) lo que está pudiendo conmigo ahora que apenas quedan unos días para largarme a Cádiz. Es que mi cabeza ya no puede tirar más. Quizás debería dejar de comprobar hasta 10 veces al día el estado de la prima de riesgo, de indignarme cuando me oprimen los círculos viciosos endémicos de este país. La culpa la tiene el estado de incertidumbre de mi trabajo, o el estado de incertidumbre de mi ser, su esencial incapacidad para centrarse en un estado: que alguien desintegre la partícula radiactiva y libere el veneno del matraz para este gato indeciso. Total, mi vida es el ejemplo perfecto de lo contingente.

En fin, falla la mente, claro queda. Y de pronto dos tonterías, dos puras casualidades, dos momento de viñeta de esos que ilustran mi surrealista devenir me recuerdan que oculto en algún lugar de los pliegues neuronales hay un resquicio de cerebro reptiliano (o dios sabe que otra traza de estadios anteriores al sapiens sapiens) que se resiste a abandonar la batalla. La primera vez que se activó la semana pasada ocurrió en el gimnasio, y no vivía algo tan sumamente placentero desde que aquel arcángel bajo la apariencia de un gafapástico dependiente de La Casa del Libro me pidió el carnet joven. Estábamos preparando la clase de Pilates y mientras el profesor se cambiaba yo le dejé en su sitio una de esas pelotas gigantes que usamos para los ejercicios. En ese momento se me acerco una chiquita joven y me dijo nada menos que esto: " Hola, soy nueva en la clase, ¿eres la profesora?". Oye, algo vería ella en mi persona que le inspirara semejante sospecha. Tuve que decir que no, pero también fue de rigor decir gracias. Y contarlo al día siguiente en el trabajo, oh pírrica victoria.

El segundo momento ocurrió este sábado en Cercedilla: organicé día serrano con mis amigos, y la primera parte del día la pasamos en Amazonia, un parque multiaventura que hay en la zona de las Dehesas. Tres horas pasamos cruzando puentes de cable y travesaños, lanzándonos en tirolina, trepando por paredes... La foto es un ejemplo de cómo este mono araña de pacotilla que suscribe estuvo jugando al último superviviente. Pero el momento cumbre, la culminación de una mañana de adrenalina y endorfinas fue el último juego. Dos caminos divergían en el bosque: la vía rápida y sencilla era terminar lanzándote en tirolina, la difícil engancharse a una liana al estilo Tarzán (George de la Jungla en mi caso). Ya estaba preparando mi polea para irme por la primera cuando uno de los monitores me gritó desde el suelo "No hombre nooo, si ya has llegado hasta aquí usa la liana, que tú puedes". Y yo, que sería un gran vasallo si tuviera un buen señor, que soy muy bien mandada y como Marty McFly me ciego en cuanto me llaman gallina, en la liana me enganché (con ayuda, porque mi 1,60 raspado no da para más). Miedos todos, antes de saltar. Pero una vez hecho, y agarrada a la red que frenaba el golpe, me sentí en lo más alto del mundo, capaz de hacer todo lo que me proponga, invencible. Or rather, mi cuerpo se sentía así. Mi mente renunció hace mucho tiempo, esperemos que las piernas tengan fuerzas para avanzar un poco más.

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