1.7.11

Agujetas en los hombros

[Cuando un Berger se cruza en tu camino, adiós telemetría]

Estar delante del ordenador a estas horas debería tener el mismo glamour que Carrie Bradshaw le imprime a sus artículos de media noche. Pero ni sé fumar de la misma forma sensual, concentrada y distante, ni peso 50 kilos ni soy capaz de hilar una entrada de blog, let alone an article. Aun así, cada episodio de Sex and the City me convence más de que todas las verdades fundamentales sobre las mujeres están encerradas en esas seis temporadas. Al menos dos sí son fácilmente deducibles: una es que tu forma de vestir no vuelve a ser la misma después de ver un par de capítulos. La otra que no hay que dejarse llevar por la lógica circular y enfermiza de algunos hombres que no son capaces de afrontar lo que sienten y terminan volviéndote loca cuando razonan una cosa y la contraria con tal de no comprometerse. Los hombres que se abren paso hasta tu corazoncito por más dura que sea la coraza, para después acuchillártelo y alejarse andando despreocupados, como si no pasara nada. Conozco la sensación, aunque esta vez me haya tocado el papel de la amiga que tiene que pegar palos a la pobre víctima electrocutada para separarla de la corriente.

El insistente bombardeo por tierra mar y aire acerca de la adaptación al cambio ya tiene bastante machacada mi capacidad de dar continuidad a las cosas. Y estos ejemplos no hacen más que convencerme de que quizás (es posible, pero no quiero aceptarlo como posibilidad) esa misma adaptación al cambio esté haciendo ya mella en el concepto de pareja. Y cada momento requiera la suya, como cada episodio tiene su affaire en serie. Aunque nada de esto casa con la realidad de la vida en la que la forzamos y forjamos la continuidad, o nos volveríamos locos y todos llegaríamos a viejos en soledad. Agujetas en los hombros, tengo. De no comprender nada.


[Tras las huellas de Sarah Jessica Parker por las calles de Madrid]

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