31.7.11

vuelta a los infiernos

hoy terminan mis vacaciones y como millones de españoles, no tengo ningunas ganas de trabajar mañana. Ni usar el nuevo iPad familiar mitiga la pereza- es mas, me he enfadado con Steve Jobs porque no trabaja con flash y no me deja subir fotos que acabo de hacer, cosa que no entiendo.

tiempo habrá para mas, de momento lo dejo aquí, con adverbios sin acentuar.

13.7.11

Lady Sparta

[Siempre me ha intrigado el libro que tiene entre manos. Hotel Room (1931) Edward Hopper]

Back at the hotel, watching her loosen, then comb out
her russet hair in front of the window, she deep in private thought,
her eyes somewhere else, I am reminded for some reason of those
Lacedaemonians Herodotus wrote about, whose duty
it was to hold the Gates against the Persian army. And who
did. For four days. First, though, under the disbelieving
eyes of Xerxes himself, the Greek soldiers sprawled as if
uncaring, outside their timber-hewn walls, arms stacked,
combing and combing their long hair, as if it were
simply another day in an otherwise unremarkable campaign.
When Xerxes demanded to know what such display signified,
he was told, When these men are about to leave their lives
they first make their heads beautiful.
She lays down her bone-handle comb and moves closer
to the window and the mean afternoon light. Something, some
creaking movement from below, has caught her
attention. A look, and it lets her go.

[Raymond CARVER 1989 "Thermopylae"]

The Goodbye Session



Oh she's only seventeen
Whine whine whine, weep over everything
Bloody Mary breakfast busting up the street
Brothers fighting, when's the baby gonna sleep
Heaving ship too sails away
Said it's a culmination of a story and a goodbye session
It's a tick of our time and the tic in her head
that made me feel so strange
So I could call you baby, I could call you, dammit,
it's a one in a million
Oh it's the rolling of your Spanish tongue
That made me wanna stay
Oh she's only seventeen
Whine whine whine, weep over everything
Bloody Mary breakfast busting up the street
Brothers fighting, when's the baby gonna sleep
Heaving ship too sails away
Said it's a culmination of a story and a goodbye session
It's a tick of our time and the tic in her head
That made me feel so strange
Said I could call you baby, I could call you, dammit,
It's a one in a million
Oh it's the rolling of her Spanish tongue
That made me wanna stay

[Kings of Leon, 17]

11.7.11

Enmascarados

[Yo ya no sé ni quién soy. La imagen es de Mad Men]


La sociedad contemporánea se ha convertido en un gran teatro. Al haber sido educados para comportarnos y actuar de una determinada manera, en vez de mostrarnos auténticos, honestos y libres - siendo coherentes con lo que en realidad somos y sentimos- , solemos llevar una máscara puesta y con ella interpretamos a un personaje que es del agrado de los demás. Si bien vivir bajo una careta nos permite sentirnos más cómodos y seguros, con el tiempo conlleva un precio muy alto: la desconexión de nuestra verdadera esencia. Y en algunos casos, de tanto llevar una máscara puesta, nos olvidamos de quiénes éramos antes de ponérnosla.

Lo cierto es que algunos sociólogos coinciden en que en nuestra sociedad ha triunfado el llamado "pensamiento único". Es decir, "la manera normal y común que tenemos la mayoría de pensar, comportarnos y relacionarnos". Así, al entrar en la edad adulta solemos ser víctimas de la "patología de la normalidad". Esta sutil enfermedad - descrita por el psicoterapeuta Erich Fromm - consiste en creer que lo que la sociedad considera "normal" es lo "bueno" y lo "correcto" para cada uno de nosotros, por más que vaya en contra de nuestra verdadera naturaleza.

A pesar del malestar generalizado, solemos priorizar el "cómo nos ven" al "cómo nos sentimos". Tanto es así que para muchos la pregunta de cortesía "¿cómo estás?" supone todo un incordio. La mayoría nos limitamos a contestar mecánicamente "bien, gracias". Y en caso de no poder escaquearnos, enseguida redirigimos la conversación hacia cualquier "charla banal". Es decir, la utilizamos para fingir que nos estamos comunicando, cuando en realidad lo único que estamos haciendo es llenar con palabras un potencial silencio incómodo.

En este contexto social, algunos individuos ocultan sus miserias y frustraciones tras una fachada artificial que seduzca e impresione a los demás. La paradoja es que cuanto más intentamos aparentar y deslumbrar, más revelamos nuestras carencias, inseguridades y complejos ocultos. De hecho, la vanidad no es más que una capa falsa que utilizamos para proyectar una imagen de triunfo y de éxito. Es decir, la máscara con la que en ocasiones cubrimos nuestra sensación de fracaso y vacío. Si lo pensamos detenidamente ¿qué es la "respetabilidad"? ¿Qué es el "prestigio"? ¿Qué es el "estatus"? ¿Qué tipo de personas lo necesitan? En el fondo nos son más que etiquetas con las que cubrir la desnudez que sentimos cuando no nos valoramos por lo que somos.

En este sentido, ¿qué más da lo que piense la gente? De hecho ¿quién es la gente? Nuestra red de relaciones es en realidad un espejismo. En cada ser humano vemos reflejada nuestra propia humanidad. Por eso se dice que los demás no nos dan ni nos quitan nada; son espejos que nos muestran lo que tenemos y lo que nos falta. La gente no nos ve tal y como somos, sino como la gente es. O como dijo el filósofo Immanuel Kant, "no vemos a los demás como son, sino como somos nosotros", de ahí que la opinión de otras personas solo tiene importancia si nosotros se la concedemos.

[Borja Vilaseca, "Vivir Sin Máscaras", El País Semanal, 03/06/2011, nº1814, pag. 24]

1.7.11

Agujetas en los hombros

[Cuando un Berger se cruza en tu camino, adiós telemetría]

Estar delante del ordenador a estas horas debería tener el mismo glamour que Carrie Bradshaw le imprime a sus artículos de media noche. Pero ni sé fumar de la misma forma sensual, concentrada y distante, ni peso 50 kilos ni soy capaz de hilar una entrada de blog, let alone an article. Aun así, cada episodio de Sex and the City me convence más de que todas las verdades fundamentales sobre las mujeres están encerradas en esas seis temporadas. Al menos dos sí son fácilmente deducibles: una es que tu forma de vestir no vuelve a ser la misma después de ver un par de capítulos. La otra que no hay que dejarse llevar por la lógica circular y enfermiza de algunos hombres que no son capaces de afrontar lo que sienten y terminan volviéndote loca cuando razonan una cosa y la contraria con tal de no comprometerse. Los hombres que se abren paso hasta tu corazoncito por más dura que sea la coraza, para después acuchillártelo y alejarse andando despreocupados, como si no pasara nada. Conozco la sensación, aunque esta vez me haya tocado el papel de la amiga que tiene que pegar palos a la pobre víctima electrocutada para separarla de la corriente.

El insistente bombardeo por tierra mar y aire acerca de la adaptación al cambio ya tiene bastante machacada mi capacidad de dar continuidad a las cosas. Y estos ejemplos no hacen más que convencerme de que quizás (es posible, pero no quiero aceptarlo como posibilidad) esa misma adaptación al cambio esté haciendo ya mella en el concepto de pareja. Y cada momento requiera la suya, como cada episodio tiene su affaire en serie. Aunque nada de esto casa con la realidad de la vida en la que la forzamos y forjamos la continuidad, o nos volveríamos locos y todos llegaríamos a viejos en soledad. Agujetas en los hombros, tengo. De no comprender nada.


[Tras las huellas de Sarah Jessica Parker por las calles de Madrid]