[Lilian Hellman está por todas partes últimamente]
El cosmos tiene pequeños planes preparados para mí, me va dejando pistas que al final consigo unir en una enrevesada línea de puntos. Eso, o sigo el modelo tramposo de Steve Jobs (el que ha hecho tan famoso su discurso en la universidad de Stanford), al volver la vista atrás efectivamente uno puede reconstruir la trayectoria de lo que parecía una senda errática. Sólo hay que conectar los hitos que más nos interesan.
Como sea, Lilian Hellman parece asaltarme estos días desde cada esquina. Todo empezó el lunes, cuando camino del trabajo me topé con la reseña que The Economist (número del 14 de abril) hacía de la última biografía publicada sobre la escritora de Nueva Orleans, A Difficult Woman: The Challenging Life and Times of Lilian Hellman, de Alice Kessler-Harris. La foto que ilustraba el artículo (una anciana fumando con cierto aire vampírico que podría haber sido la hermana fea de Lauren Bacall) no me dijo demasiado. Pero según avanzaba en la lectura las piezas iban ordenándose en su sitio. La mujer de rasgos duros y gesto desafiante que tenéis un poco más arriba era, nada menos, que la figura que había sostenido a Dashiel Hammet durante 30 años en una intermitente relación de amistad y amor. This was the face that launched a thousand diatribes against her Communistic ideals. La misma que había escrito el texto original de La Duda (película que vi hace apenas tres semanas) y que ahora tiene a Nuria Espert en los escenarios del María Guerrero con La Loba (adaptación de su The Little Foxes), cartel que veo cada vez que voy al gimnasio.
Trataré de sacar entradas para la obra, tengo curiosidad por el texto y por la actriz (nunca he visto a la Espert actuar). Y todo ello tirando del hilo, sólo porque esta descripción de la escritora ha estado martilleando toda la semana en mi cabeza:
Ambitious, acerbic and direct to the point of rudeness, Hellman was a woman of voracious apetites, the kind of "tough broad" who "can take the tops off bottles with her teeth", according to a 1941 New Yorker profile. She knew she wasn't a beauty (her first boyfriend said she looked like "a prow head of a whaling ship"), but she bristled with a sexual charisma designed to distract husbands from their wives. Lonely and insecure about her desirability, she found affirmation in affairs and friendships with men.
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