7.2.12
Perder la cabeza
En aquel tiempo lejano en el que empecé a leer libros en inglés, ¿cómo me las arreglaba para llevar libro y diccionario en el autobús al mismo tiempo? Oliver Twist fue el primero. Dickens traducido me había parecido hasta entonces un suplicio, una mezcla de cursilería, embrollos y conversaciones absurdas e interminables. Tannn decimonónico... Sin embargo la Escuela de Idiomas me descubrió el escritor de las descripciones psicológicas de Londres (niebla, lluvia, oscuridad, tañir de las campanas, inmersión en el bullicio urbano como panorama geográfico y mental de los personajes), el artista de los comienzos y finales de capítulo (la maestría de publicar en installments, supongo), el latente drama del niño arrancado del hogar y puesto a trabajar en plena revolución industrial, no superado por el escritor adulto de personalidad escindida, a pesar de novelarla una y otra vez. Se cumplen 200 años de su nacimiento, y es tiempo de pensar por qué lo he leído tanto, y no me siento con fuerzas de leerlo más.
Leyendo a Dickens descubrí que los libros antiguos no estaban anticuados, por más que pudiera estarlo el lenguaje del traductor. Descubrí que se puede leer en otro idioma y sentir la voz del escritor como propia. Pero también que uno se hace mayor con respecto al escritor, que no puede modificar una coma desde la tumba y se aleja de nosotros conforme vamos conociendo el mundo. Ya no me sirve una concepción dual del mundo tan clara, los malos malísimos, descritos al detalle en su peculiaridad shakespeariana (Charles destila drama a la Stratford en cada villano, en citas directas o encubiertas), y las buenas buenísimas, esos seres de luz femeninos del tipo Miss Manette. Ya no me hacen tanta gracia sus secundarios freak, adorables e insoportables a partes iguales en su rareza. Pero es que en general me empieza a faltar paciencia con el paso del tiempo.
Este centenario me pilla con el pie cambiado. No sé si podré volver a leer una de sus novelas (aún tengo Bleak House sin empezar en la estantería), pero como Sydney Carton sigue siendo mi personaje favorito, voy a pedirle a mi hermana que me consiga esta camiseta de una vez (llevo dos años detrás de ella). Es muy adecuada para los tiempos que corren, de guillotina virtual.
It was the best of times, it was the worst of times, it was the age of wisdom, it was the age of foolishness, it was the epoch of belief, it was the epoch of incredulity, it was the season of Light, it was the season of Darkness, it was the spring of hope, it was the winter of despair, we had everything before us, we had nothing before us, we were all going direct to Heaven, we were all going direct the other way--in short, the period was so far like the present period, that some of its noisiest authorities insisted on its being received, for good or for evil, in the superlative degree of comparison only.
[Charles DICKENS, A Tale of Two Cities. Primerísimas líneas de un novelón.]
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