[Los que yo he regalado (a mi padre y mi hermano) justo antes de envolverlos. Y mi pie encalcetinado pero limpio mientras preparaba una entrada]
La mudanza me hizo coger miedo a comprar libros: nunca había sido consciente de todos los que tenía, y lo que es peor, la gran cantidad de ellos que aún no había leído. Durante una temporada he moderado bastante mi afán comprador y he ido leyendo historias pendientes. Pero el placer de regalarlos es casi tan intoxicante como el de tenerlos, y de vez en cuando no me puedo resistir. Esta nueva manía ya la había descubierto con las plantas, en cuando dejé de tener sitio para las mías empecé a distribuir las que me gustan por otras casas. Mi padre y mi hermano dirán, probablemente, que hago trampa al comprarles libros que tarde o temprano les quitaré para leer yo, pero ¿quién dijo que el mundo es perfecto y el ser humano compleatamente desinteresado? Son dos buenos libros, en cualquier caso, y les han gustado - el de Juanjo Sáez al menos, por lo que he podido hojear, es genial. Eco ya me jugado malas pasadas antes.
El que aparece debajo lo encontré por casualidad mientras hacía cola para pagar los otros dos en La Casa del Libro, y no sé muy bien por qué me atrajo desde el principio. Nada más hojearlo me quedé con él, en uno de esos momento de inspiración que de vez en cuando se tienen en las librerías, cuando el instinto lector es más rápido que la calculadora mental y atrapa la ocasión al vuelo. No es sólo un libro muy realista sobre las relaciones entre hombres y mujeres o sobre nuestro tiempo. Es un libro en el que puedo indentificar muchas cosas de mi propia vida, en más de un personaje. Dexter, Emma y el resto son algo mayores que yo (unos 12 años mayores, como
David Nicholls, el autor) pero yo he vivido algunas de esas mismas situaciones. Una de las cosas más curiosas es que, desde la descripción de la primera escena, he imaginado a Dexter como el joven Belmondo de
A Bout de Souffle, una película de la justo el otro día hice una entrada: cigarrillo colgando de la comisura de los labios, la actitud de verse a si mismo como un canalla adorable e infantil, el sombrero y los trajes de mafioso... Incluso la cita que puse se le podría aplicar. Y de pronto, llego al capítulo 15 y veo que se llama
Jean Seberg y ese preciso 15 de julio se encuentran en París.
Cuando las piezas encajan sin más en este puzzle sideral, ¿cómo no pensar que las cosas ocurren por algo? ¿Saben los cóndores de la Pachamama algo que yo no sé? (Inner joke, no need to analyze it). ¿Tendré alma anglosajona, después de todo?
[One Day me tiene enganchadísima, aquí con mis regalos de Reyes de fondo]