30.8.08

Razones por las que callar


Hoy me he encontrado de pronto con 2 libros sobre la mesa cuando he llegado al trabajo. Por un lado me han devuelto (tras 6 meses apenas) Monstruos, Fantasmas y más Mujeres Salvajes, de Daniel Clowes. Y por otro uno de mis colegas italianos me ha prestado Seda, de Alessandro Baricco. En realidad no sé si es prestado o regalado, porque yo le he traído The New York Trilogy de Auster (pero ese es de vuelta, que me encanta) y Las Intermitencias de la Muerte, de Saramago. Se lo ha buscado por disfrutar con el portugués, ya le he advertido que no puede darse el gusto de devolvérmelo porque ahora es suyo.

Y qué peso me quito de encima. Más lastre tirado por la borda, velas más rápidas. Good riddance!!!

Y aunque tengo 5 o 6 libros a medias, se me ha ocurrido empezar Seda y lo he tenido que terminar. Me gusta porque expresa lo mínimo, el resto son todo silencios e incógnitas. Medios fracasos. Me ha hecho pensar en The Age of Innocence, y esa es una pega que se me ocurre. Pero como tiene a su favor que alude a los múltiples compartimentos que alojamos, no siempre de acuerdo los unos con los otros y sellados herméticamente entre si la mayor parte del tiempo, me ha gustado. Todo el mundo puede saber, a poco que preste atención. Pero nadie quiere vivir con esa carga, el que no es ignorante lo finge. Creo que soy también espectadora de mi propia vida, y aunque esa dislocación me impida apurarla al 100%, la distancia tiene también sus ventajas.

[...] Era, por lo demás, uno de esos hombres que prefieren asistir a su propia vida y consideran improcedente cualquier aspiración a vivirla. Habrán observado que son personas que contemplan su destino de la misma forma en que la mayoría acostumbra contemplar un día de lluvia.

Si se lo hubieran preguntado, Hervé Joncour habría respondido que vivirían así para siempre. Tenía consigo la indestructible calma de los hombres que se sienten en su lugar. De vez en cuando, en los días de viento, bajaba a través del parque hasta el lago, y permanecía allí durante horas, en la orilla, mirando cómo la superficie del lago se agitaba, formando figuras imprevisibles que brillaban sin orden en todas direcciones. El viento era uno solo, pero sobre aquel espejo de agua parecían miles los que soplaban. De todas partes. Un espectáculo. Leve e inexplicable.
De vez en cuando, en los días de viento, Hervé Joncour bajaba hasta el lago y pasaba horas mirándolo, puesto que, dibujado en el agua, le parecía ver el inexplicable espectáculo, leve, que había sido su vida.


[A. BARICCO 2007 Seda. Barcelona: Anagrama. Pags. 11&115]

[Cala Comte al atardecer, 24/08/08, Ibiza]

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