Aunque hoy está lloviendo sigo empeñada en mi idea de que la primavera ya casi está aquí y puede incluso sentirse. Se nota en pequeños detalles: un pajarillo cantando en las ramas desnudas (pero cubiertas de yemas que sólo esperan días algo más cálidos para brotar), los vestidos coloridos de las chicas tan pronto sale el sol y sobre todo, esta sensación que, sigilosa, va apoderándose de mí. De pronto tengo más ganas de salir de casa, me hace menos falta la calefacción y empiezo a pensar de nuevo en la operación bikini. Bajo esta gruesa capa de grasa una veraneante grita pidiendo auxilio.
Pero no lancemos las campanas al vuelo: este lunes estuvo nevando de nuevo, y hace un mes Madrid estaba cubierta de nieve como si de verdad fuéramos europeos. Me cuesta olvidarlo porque ese día tenía que volar a Bruselas a las 6.45 y mi taxi ya se las vio mal para llevarme a tiempo por las calles sin limpiar. Al final embarcamos a las 6.30 pero no volamos hasta dos horas después, y eso después de ser bañados en anticongelante.
El invierno puede ser divertido, después de todo.
[Gracioso ver a gente escondida entre los coches en plena guerra de bolas de nieve, otros vecinos sacando fotos desde el balcón también]
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