No en contra de mi voluntad pero si arrastrada por el entusiasmo de mis hermanos, acabé anoche en el festival popular Pura Vida. Si lo comparo con ediciones anteriores el evento ha quedado bastante descafeinado (dos años atrás había barras en la calle Fuencarral desde las 2 de la tarde y todo dios estaba moco a las 6). No soy yo gran amante de la música electrónica, pero lo pasé bien e incluso estuve bailando un rato. Lo más curioso (aparte de la sorprendente cantidad de pijos desaliñados que por allí pululaban exhibiendo sus uniformes ibicencos pero traicionados por las Blackberries) fue ver a la policía en un papel de lo más ambiguo: por un lado estaban para evitar el botellón y los tumultos, y tomaban muestras de sonido para medir los decibelios, pero por otro no quitaban bebidas a nadie y miraban hacia otro lado si te cruzabas con ellos.
Al menos pude tomar fotos curiosas y reflexionar sobre la vida: ¿Por qué todo estaba lleno de grupos de amigos compuestos por hombres y mujeres de mi edad que parecían divertirse? ¿Por qué me resultaron tan cansinos Delorean? ¿Pensarían también de mí que la vida me ha envejecido mucho los ex-compañeros de universidad con los que me encontré? En el fondo sospecho que todos nos sentíamos un poco igual, aunque fuera en secreto. Todos pretendíamos ser y pasábamos por jovunos llenos de energía y pasión cultural. O lo que sea.
[El hotel Óscar (Roommate) de Vázquez de Mella]
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