[Nancho Novo en la foto explicando lo evidente, que dormir pegados no es dormir.]
Me suele pasar cuando por la noche me he tomado unas cuantas copas de vino: después de dormir 8 o 9 horas del tirón, si me levanto y el tiempo ha cambiado, tengo la sensación que haber despertado en otro momento de la vida - una de esas transiciones de escena y tiempo que vemos en el cine y sirven para elidir ratos muertos que no aportan a la historia. Ayer por la tarde el cielo amenazaba tormenta; una nube gris, una especie de tapadera de zinc inmensa, se cernía sobre la ciudad, cuando por el oeste aún podíamos ver el verdadero atardecer dorado al fondo de la calla Arenal. Esta mañana, mientras los maratonianos se dispersaban por la ciudad abofeteados por un viento polar, el sol se ha ido asomando. Es como volver a estar en marzo.
Quizás por eso hablar hoy de El Cavernícola, la obra que fui a ver anoche, es como hablar de algo que ocurrió hace meses. El hecho de que lleve 4 años en cartel es buena señal, y además le tengo cariño a Nancho Novo, pocas veces me he reído tanto como con uno de sus monólogos del club de la Comedia en el que hablaba de los videoclubs. La temática de esta obra no es nueva, es la guerra de los sexos, esta vez desde la perspectiva del débil en los tiempos que corren, el hombre en su versión ancestral. Un monólogo de hora y media no debe ser nada fácil, pero Novo se siente como pez en el agua, y desde el primer momento uno siente esa complicidad secreta de patio de butacas en la que crees que el actor te habla a ti de ti. Sus ojos buscan los tuyos, sus palabras tu oído. Especialmente en este caso, ya que durante la obra descubrí que tengo más de cavernícola que de mujer, algo preocupante.
Muchas de las cosas que cuenta en broma son bastante serias en la realidad, sobre todo la diferenciación entre hombre cazador con su lanza, y la mujer recolectora con su cesta. Sí, soy una mujer recolectora de información, y me gusta ver muchas cosas en las tiendas, o enterarme de muchas cosas en la oficina, viendo la tele o leyendo. El personaje de Rob Becker sostiene que la mujer, con esas infatigables búsquedas consigue, de cierta manera, hacer suyas las cosas que no puede tener. No pude evitar recordar mi paradoja personal de las revistas: cada mañana paso por un kiosco camino del trabajo. Si alguna vez me paro es para comprar The Economist, Emprendedores, Expansión. Yendo hacia la oficina se apodera de mi el optimismo, creo que puedo hacerme con las claves del sistema, dar el salto a las ligas mayores. A esto le sucede un día estándar de trabajador español: palos, zanahorias, zancadillas, vilezas, incompetencia, aburrimento... el habitual juego de tronos. Paso por ese mismo kiosko de vuelta a casa, y si alguna vez me paro, es para comprar Glamour, Elle, Woman, Grazia... Descartadas mis opciones en el mundo del trabajo, trato de hacer míos los zapatos y vestidos que (de momento) no puedo comprar pero me consuela mucho ver.
Así es la vida de la recolectora: busca, compara, trata de hacer suyo de una manera u otra lo que cree que quiere. Menos mal que compensa cuando se queda fundida con el ordenador y no atiende a nada más, o cuando quiere dormir a pierna suelta. Me gustó mucho El Cavernícola, la recomiendo.
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