[Detrás de cada gran hombre siempre hay un pequeño gato]
Alguien me dijo ayer que Ray Bradbury había muerto, y sin pensarlo demasiado pregunté "Ah, ¿pero seguía vivo?". Ni se me había ocurrido que pudiera seguir escribiendo siquiera, y es que Fahrenheit 451 se publicó en 1953: la generación de mis padres (que no lo leería seguramente hasta décadas después) lo convirtió en un clásico. No pasó por mi vida hasta hace apenas 5 años, pero la escena del encuentro entre Clarice y Guy me dejó pasmada, conmovida. Y recuperaría el fragmento para esta entrada, pero aquella copia de Penguin ya no está en mis manos. Un verdadero creyente podría citar las palabras de memoria para que no se perdieran, yo no. Ya no. He perdido el libro, la memoria y hasta la oportunidad - un arrebato melancólico sin importancia, éste. Mayo ha sido un mes de meditación sobre el arte y la voluntad, como se verá en otras entradas. Nos pierde haber sido tocados alguna vez por la mano mágica del poema de Becquer. Silenciosos y cubiertos de polvo, algunos esperamos sentir de nuevo su tacto infeccioso:
So it was the hand that started it all. He felt one hand and then the other work his coat free and let it slump to the floor. He held his pants out into an abyss and let them fall into darkness. His hands had been infected, and soon it would be his arms. He could feel the poison working up his wrists and into his elbows and his shoulders and then the jumpover from shoulder blade to shoulder blade like a spark leaping a gap. His hands were ravenous. And his eyes were beginning to feel hunger as if they must look at something anything and everything.
[Ray Bradbury, Fahrenheit 451. La cita es de Wikipedia]
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