2.1.09

Con apenas 2 meses de retraso

[Alberto Giacometti, Cat (1954)]

Pues sí, hace dos meses al menos que doy vueltas a esta entrada, y es que son unos cuantos cabos los que se entrelazan. Por un lado está el artículo: casi siempre que voy a limpiar la caja del gato descubro en el periódico una columna interesante que no había leído, o que había leído y olvidado. En ese caso suelo salvar la hoja en cuestión del destino fatídico de ser impregnada por orín gatuno, y no sin maldad la sustituyo por alguna que lleve la foto de algún lider mediático, político o cultural que me tenga cabreada. Un poco de yuyu casero para descargar mi agresividad sin causar daños. En este caso la columna que me dejó pensando era de David Gistau, al que me gusta leer casi siempre, aunque reconozco que es un killer (y por lo visto no se siente muy a gusto en El Mundo, o eso dice en esta entrevista).

La columna (13/11/2008, El Mundo, p.5,) se llamaba "La Cúpula y el gato", y trataba sobre la incongruencia de pagar 500000 euros para sufragar reformas en Ginebra en lugar de usarlo en proyectos humnitarios. El primer párrafo decía lo siguiente: A pesar de la mentecatez con la que Moratinos se dio mus en la polémica sobre la cúpula de Barceló, el arte sí tiene precio, y lo determina el mercado. Otra cuestión es que el gasto no duela cuando procede del dinero público, ése que, según dijo Carmen Calvo, "no es de nadie", sino que flota a la deriva espacial esperando a que algún cargo le dé sentido. El arte, por tanto, tiene precio. Y en cuanto a su valor, fue Giacometti quien jugó a preguntarse cuánto estaría cada uno dispuesto a concederle con una boutade ya gastada: "En el incendio de un museo, de tener que elegir entre salvar un rembrandt o un gato, salvaría el gato".

Sí, fue el detalle del gato el que llamó mi atención al principio. Pero no por eso recorté la columna y la he guardado durante semanas en mi agenda. La razón fue que justo el sábado anterior había estado viendo Yo, Robot (2004) como parte de un proceso poco exitoso de reeducación en ciencia-ficción, y al leer la cita de Giacometti la película tomó por fin verdadero sentido. Por esto es precisamente un gato lo que Spooner salva de la demolición, me pregunto si fue Asimov el que tenía la cita en mente o esa escena está creada para la película. Tengo que conceder que en ocasiones las respuestas emocionales son las que hacen especiales a los humanos, pero, en cualquier caso, cuando los robots estén en ese estadio de evolución, seguirán siendo obras humanas que reflejarán lo que nosotros hayamos implantado en ellos. Y si los hemos configurado de cierta manera es porque los queremos así, o porque aspiramos a ese ideal.

¿Qué salvaría yo en un incendio de la Biblioteca Nacional? Por experiencia siempre me equivoco en ese tipo de decisiones, mi cabeza va por un sitio y mi instinto por otro. Así cualquier decisión es siempre errónea. Creo que me quedaría paralizada, y el momento de la acción pasaría.

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